Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

El mal aspecto de Sánchez

Pedro Sánchez, en la sesión de control al Gobierno este miércoles
Pedro Sánchez, en una sesión de control al Gobierno.
Efe

HACIENDO cuentas me sale que ahora a primeros de Noviembre se van a cumplir dos años desde las últimas elecciones y la formación de esta coalición entre Pedro Sánchez y los que dijo que no le dejarían dormir tranquilo si pactaba con ellos. Tuve ocasión de ver al Presidente el otro día en Bruselas y me dio la impresión de que empezaba a darse cuenta de tal vez era verdad aquella frase suya, aunque como esta persona tiene una relación tan escabrosa con la realidad, no sé si esa sensación mía era debido a una mala noche o a que la reunión del Consejo Europeo había durado más de lo previsto. El caso es que a mí me pareció la estampa de un hombre medio aplastado, hasta un poco “sonado” que salta los obstáculos porque instintivamente es lo que sabe hacer, aunque tal vez empieza a darse cuenta de que los obstáculos se multiplican o reaparecen.

En dos años hemos vivido una pandemia, que no se le puede atribuir a Sánchez si no es por la idiotez de empeñarse en celebrar la manifestación feminista contra todo, pero si que es responsable de los dos estados de alarma sucesivos que han sido declarados inconstitucionales. Eso es muy grave y el hecho de que una parte importante del panorama intelectual y periodístico no lo haya destacado como uno de los episodios más negros de la historia democrática de España es síntoma de una hemiplejia moral insoportable, sobre todo cuando se recuerda que Mariano Rajoy fue arrojado a las fieras de forma inmisericorde por una sentencia truculenta que solo concernía a una parte de su partido y que fue después corregida con una amonestación clara al juez que la había firmado. Si el hecho de que el Gobierno haya violado la Constitución para suspender algunas libertades fundamentales -aunque haya sido por la pandemia- se pasa por alto como si fuera una consecuencia inesperada de las cosas, menos importante que el cese de Koeman como entrenador del Barca, o incluso mucho menos que otra sentencia -¡oh casualidad!- que le afea al PP que pagase con dinero no declarado unas obras (y en este país que levante la mano quien no haya encargado una obra sin factura) es que hay algo que no funciona bien en nuestros anticuerpos democráticos. Desde siempre, la obsesión de criticar más a la oposición que al Gobierno es propio de entornos totalitarios. Yo pensaba que estaba claro que en las democracias el papel de la prensa y de la sociedad civil es marcarle bien los límites al poder y que son las dictaduras como las de Cuba o Venezuela o China las que todo lo resuelven culpando a los que no están de acuerdo con el Gobierno.

Y hay que reconocer que en estos momentos sobran las razones para que cualquier analista serio y sensato se diera cuenta de que lo que está haciendo este Gobierno causará un daño terrible a este país, sobre todo porque tenía la oportunidad histórica de haber cambiado de verdad las estructuras económicas que no funcionan -estoy hablado del mundo del empleo- sencillamente copiando las recetas de los países donde esto funciona mejor, ahora que le han ofrecido 70.000 millones de euros para poder pagarlo y hacerlo bien, pero me parece que prefiere gastar el dinero en subvenciones electoralistas.

Un amigo me ha llamado la atención sobre el hecho de que dos de las cuestiones más emblemáticas que abandera la infausta coalición que nos gobierna, la derogación de la reforma laboral y la ley de vivienda, son curiosamente principios puramente franquistas. En la época de la dictadura ya estaba prohibido despedir y subir los alquileres. Quién nos habría dicho que las dos falsas palancas con las que Franco creía que se ganaría la paz social son ahora el mito de esa izquierda dizque revolucionaria, lo que demuestra hasta qué punto se trata solamente de una pandilla de sectarios maleducados e incompetentes. Meses, años, dando la vara con la momia del general arriba y abajo para acabar copiando las recetas de la dictadura.

Puede que fueran las peripecias entre Yolanda Díaz y Nadia Calviño lo que le causaba esa mala cara que yo percibí el otro día cuando estuve con el presidente. Es normal, porque hasta ahora y quiero decir hasta ahora mismo, sigue empeñado en no tomar la decisión que le corresponde como responsable del Gobierno y deja que sus ministras se despellejen. Si hay alguien que está pensando en hacer una inversión importante en España y espera a conocer cómo serán las leyes laborales en este país antes de decidirse, tiene para largo. Sánchez en realidad está preocupado por su propio trabajo, no el de los demás. Bueno, también el de los 1.200 asesores que acumulan en el Gobierno más disfuncional de la historia.

El problema para Sánchez es que a estas alturas ya debe saber que está ante un callejón sin salida: si quiere cumplir lo que figura en el programa del Gobierno (y también en un vergonzoso documento firmado con entusiasmo con los seguidores de los asesinos de ETA) debería derogar la reforma laboral que hizo Rajoy. Si lo hace, entonces la Unión Europea le pondrá mala cara cuando vaya a pedir el dinero que espera. Y si opta por hacer lo que le pide Bruselas, entonces sus socios no tendrían más remedio que dejarle colgado y se quedaría sin mayoría con el PSOE cayendo a plomo en todas las encuestas. Y si sigue sin hacer nada, entonces se hundirá él. A mí me pareció que había dormido mal, pero no tuve tiempo de preguntarle si se acordaba de lo que dijo él mismo antes de pactar con Podemos.