Opinión
Por
  • Manuel Campo Vidal

Una hora con Borrell renueva la fe en Europa

Josep Borrell, este jueves en la reunión celebrada por los países de la UE en Eslovenia
Josep Borrell.
EFE

ESCUCHAR a Borrell durante una hora larga, que sabe a poco, es asistir a una clase magistral que refuerza el sentimiento europeo, con intensa lluvia de titulares: “El siglo XXI no será el de Europa, como se había anunciado, sino el siglo de China”, afirmó. Para Borrell, “China es un estado-civilización, que fue antes civilización que estado, humillada por la revolución industrial y se paró en la historia”. Ahora, con cierto resentimiento, China ha despertado con fuerza imparable y, tras consolidar posiciones en Africa, conquista Latinoamérica sin rival.

En medio de las dos potencias mundiales, Estados Unidos y China, Europa trata de destacar como otro polo de referencia e influencia. “Al abrir la frontera a los refugiados sirios, la canciller Angela Merkel, salvó el honor de Europa”, afirmó el vicepresidente de la Comisión y Alta Autoridad para Asuntos Exteriores y Política de Defensa. Borrell recriminó a Bielorrusia que utilice “los inmigrantes como arma arrojadiza contra los países vecinos”, hasta el punto de que ha tenido que viajar a Irak para pedir que dejaran de enviar aviones a Minks cargados de inmigrantes engañados con el espejismo de que desde allí se podría entrar sin problema en la Unión Europea. Una crueldad, más otra en el trato recibido de los guardias fronterizos.

Josep Borrell llegaba desde Ruanda, en el corazón de Africa, donde acudió a agradecer la acogida de centenares, o pronto miles, de inmigrantes errantes que llevan años de marcha y estaban desesperados y humillados en campos de concentración en Libia dominados por las mafias del tráfico de personas. En dos días viaja a Latinoamérica “donde hay una creciente demanda de Europa”. Reclama apoyo de gobernanza para América Central. Hizo una parada en Bruselas y el viernes por la tarde en Madrid, donde intervino en el Foro Next Educación. “Si la Unión Europea no existiera habría que inventarla -respondió a preguntas de estudiantes y periodistas presentes- porque no hay otro lugar en el mundo que combine tanto respeto a los derechos humanos, bienestar económico y cohesión social, a pesar de las deficiencias por corregir”.

La conversación con Josep Borrell siempre fue muy interesante y singular por su alta formación -ingeniero aeronáutico, catedrático de Matemáticas, máster en Economía en París y en Stanford-, por sus experiencias de gobierno, como presidente del Parlamento Europeo y también por su compromiso entregado con España, con Cataluña -su origen- y con Europa. Pero hay coincidencia en que siempre se supera. Su esposa, Cristina Narbona, reelegida presidenta del Partido Socialista, lo explica así: “Ese contacto personal y directo con la desigualdad en Ruanda, Eritrea, Irak o en cualquier parte del mundo, le reafirma en la necesidad de que Europa debe jugar en el mundo un papel determinante de equilibrio”.

Todos salimos de allí más europeístas que antes, después de haber dado una vuelta al mundo verbal escuchándolo. Volvimos a la política local con las miserias parlamentarias negociando los Presupuestos, la crónica casi social de los gestos y paseos de las vicepresidentas enfrentadas por la reforma laboral, o la nueva condena por corrupción a Luis Bárcenas y al Partido Popular. En Portugal se cae el gobierno progresista de Antonio Costas porque la izquierda, en todas partes, tiene un gen autodestructivo descontrolado. En España las encuestas pintan mal, por el momento, para Pedro Sánchez, castigado por el precio de la electricidad y la inflación sobrevenida. El invierno puede ser duro. l