Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

La muerte no es el final

Rezar.
Rezar.
S.E.

Estamos llegando al final del año litúrgico y las lecturas que nos propone la Iglesia tienen que ver con las postrimerías, con el final de los tiempos o con el final de nuestro tiempo.

Esta semana se ha vuelto a poner de manifiesto la hipocresía de nuestra sociedad occidental; en Siria han muerto ya más de doscientas cincuenta mil personas, no sé cuántas en Nigeria, las últimas 32 esta pasada noche; ¡Qué lástima! decimos, pero bueno eran sirios, eran africanos, Nos afecta algo más el número de fallecidos por el covid que los telediarios nos informan cada día, pero no mucho más, es un número.

Ahora se oye y se lee en algunas colaboraciones de periódicos que qué hace Dios, ¿es que está de vacaciones?. La muerte no es nunca consecuencia de la mala suerte o que sucede por culpa de… Los cristianos sabemos, porque nos lo ha dicho el Señor: “Velad, pues, pues no sabéis cuando el señor de la casa viene, o al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer, no sea que, viniendo de repente, os encuentre durmiendo” (Mc. 13, 35). Nuestros sentidos solo ven una parte de la muerte –ocurre que uno muere- pero para nosotros, la muerte, a mí me gusta decirlo, es Alguien que llega: “También vosotros estad preparados porque en la hora que no pensáis el Hijo del hombre viene” (Lc. 12, 40). Es decir, que mi muerte coincide con que para mí es Jesús quien llega y sabemos que la muerte nos llega a cada uno cuando nuestro Padre Dios nos llama del modo y en el momento sabido por Quien nos llama. En el Cantar de los cantares se compara la muerte con una boda y se pone en boca del amado las dulces palabras con las que Dios llama a cada uno en el momento de la muerte; “Me dice mi amado: ¡Levántate deprisa, amiga mía, hermosa mía y vente al campo! Ha llegado la primavera, el tiempo bello, la hora de la poda, la voz de la tórtola. Levántate amiga mía. Ven…”

Dormirse bien - los cristianos primitivos llamaban dormitorios a los cementerios, porque sabían que solo eran los lugares donde se descansaba esperando la resurrección- es decir, morir en paz no depende de haber entrenado porque no existen cursillos para “bien morir”, sino que depende de que las horas, los días y los años anteriores los hayamos vivido unidos a Dios, con lo cual la muerte no es sino un cambio de forma de vida. Quien ha vivido sereno y confiado en Dios, muere sereno y confiado, aquel que ha vivido agradeciendo a Dios todo lo que en esta vida le ha dado, en la seguridad de que se lo debe todo, también morirá agradeciendo a Dios el encuentro definitivo. En la oración por los caídos, que se reza en el Ejército, se dice: “Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino/ que aunque morimos nos somos carne de un ciego destino/… Cuando la pena nos alcanza por un hermano perdido/ cuando el adiós dolorido busca en la Fe su esperanza/ en Tu palabra confiamos con la certeza que Tú/ ya le has devuelto a la vida/ ya le has llevado a la luz…” A mí me emociona cada vez que lo oigo. La vida del cristiano debe ser un continuo caminar hacia una cita, en la esperanza de que la cita tendrá lugar y como dijo San Francisco Javier, según el único testigo de su muerte; “Estoy convencido de que ha llegado el momento de encontrarme con Aquel que durante mi vida ha sido mi Señor y compañero”.

Más difícil es rezar por los terroristas, pero también son hijos de Dios y debemos hacerlo. En la catedral de Teruel, el Obispo, cuando lo era D. Carlos, en el rezo de la Preces, hizo, una vez, una oración preciosa por los terroristas y la gente se miraba, pero fue muy aleccionador y muy cristiano. “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer…” (Rom. 12, 20).