Opinión
Por
  • Isaías Lafuente

Se armó el taco

Casado durante su intervención este miércoles en el Congreso.
Casado durante su intervención este miércoles en el Congreso.
Eduardo Parra/E. P.

Pablo Casado soltó un coño en el Congreso de los Diputados y se ha armado la de Dios. El taco, eficaz para alimentar titulares, artículos y tertulias, ha oscurecido lo demás. Y lo demás es lo realmente importante. Porque Casado no preguntó sobre lo que iba a preguntar, porque en su pregunta mezcló soezmente asuntos para atacar a Sánchez sobre la presunta inacción del Gobierno en el presunto ataque al castellano en Cataluña, porque Sánchez, que se ciñó a la pregunta que debería haber formulado el diputado Casado, no respondió a lo que realmente preguntó. En fin, la escena nos remite a lo que ya comienza a ser habitual en estas sesiones de control al Gobierno, que acaban siendo sesiones de descontrol.

La escena contrasta con la que se produjo el jueves en el Parlamento de Andalucía. Allí, el diputado socialista Pablo Durán, preguntaba al consejero de Educación, Javier Imbroda, de Ciudadanos. Pero antes de formular la fría cuestión sobre la ratio en las aulas andaluzas quiso desearle fuerza y ánimo a su rival, que padece cáncer, e Imbroda le agradeció su gesto de apoyo roto por la emoción y le manifestó a su vez el respeto personal y político que siempre le ha tenido. No sucedió otra cosa que lo normal. Pero como llega cuando llega, en un momento en que algunos se afanan en convertir salas de prensa y hemiciclos nacionales, autonómicos, provinciales y locales en vomitorios en los que escupir todo tipo de improperios, la anécdota protagonizada por estos dos políticos andaluces se convierte en algo excepcional.

Y lo es, porque este cara a cara parlamentario cargado de humanidad demuestra que la dialéctica política es compatible con la buena educación, que el adversario ideológico no tiene por qué ser un enemigo a destrozar, que el legítimo derecho a ganar es compatible con el respeto a las reglas del juego y que el patriotismo del que algunos hacen gala incesantemente, envueltos en la tela de las banderas, es un mal chiste cuando se pierde el respeto a compatriotas que representan a su vez a millones de compatriotas. Convendría que no olvidáramos estas pequeñas cosas los electores, para no legitimar en las urnas determinadas actitudes que no auguran nada bueno. Y sería necesario recordar a nuestros representantes que para aplicarse en algo tan evidente no hace falta esperar a que llegue una desgracia ni a asistir a un funeral, que en lo de enterrar bien sí que tenemos escuela en este país.