Opinión
Por
  • Carlos García Martínez, ex presidente de la Diputación Provincial de Huesca 1983-1987

La historia que más importa conocer

Estudiantes en un aula del campus de Huesca.
Estudiantes durante una clase.
S. E.

Stefan Zweig, en su novela “Momentos estelares de la humanidad”, enumera como tales el asesinato de Cicerón o el descubrimiento del polo sur. No nos referiremos a ellos ni al momento verdaderamente estelar del Big Bang, el estallido que difundió la materia y la luz e inició el tiempo del Universo en que vivimos. Ni tampoco a las etapas que afectan a la evolución de los organismos que ocuparon nuestro planeta hasta la especie humana. El libro de Stefan Zweig es una novela, pero pudo incluir con más razones momentos más trascendentes, como las batallas de las que Manuel Vicent acaba de escribir: “Sin el triunfo de los griegos contra los persas en el Paso de las Termópilas y en Salamina (480 a. de C.) no hubiera existido la filosofía de Platón, ni el derecho romano, ni la duda metódica de Descartes. Tampoco hablaríamos la lengua que usamos...Somos lo que somos gracias a aquella victoria.

Sin llegar tan lejos, es intención de este escrito celebrar la decisión del Ministerio de Educación y Formación Profesional de que se imparta en exclusiva en 2º curso de ESO la historia de España a partir de 1.812, año en que se aprobó la Constitución de Cádiz. Dos siglos, ni más ni menos, para comprender el porqué de los falsos relatos y los dogmas que sobreviven en una España que perdió el siglo XX. Para Ignacio Varela “en España, los recuerdos lejanos parecen más firmes que los cercanos y cierta presencia formidable del pasado sirve para cimentar su uso (político, se entiende) por las sociedades”

Ahora, por fin, parece que se pretende formar personas capaces de seleccionar qué conocimientos son pertinentes y afrontar serenamente las incertidumbres. “Quien controla el lenguaje cambia el pensamiento de las sociedades”, escribió Orwell. Con pocos y cortos intervalos, ese lenguaje lo ha monopolizado los dos últimos siglos una minoría conservadora de sus privilegios, reaccionaria, cuyas esencias no se han disipado todavía. Sin referirnos a la Segunda República y al Levantamiento Militar y la Dictadura que acabaron con ella, citaremos como ejemplo la Primera, que coincidió con la tercera guerra carlista, el cantonalismo y la guerra de Cuba y a la que todas las fuerzas políticas, militares, religiosas y financieras se dedicaron a demoler.

Duró solo once meses, ya que el golpe del general Pavía dio lugar a Gobiernos conservadores en el último año republicano. En aquella España sometida a generales, obispos y especuladores, las elecciones eran una farsa, la educación pública apenas existía, 6.000 pueblos carecían de escuela y seis de cada diez alcaldes y concejales eran analfabetos. Hace pocos años, siglo y medio después, recordaba José María Carrascal en ABC que “Los exámenes ´patrióticos´, al final de la guerra civil fueron un coladero para quienes habían participado en el bando nacional y bastaba presentarse de uniforme a los exámenes para obtener un título universitario”. Ellos fueron, además de los colegios religiosos, quiénes adoctrinaron a gran parte de mi generación. Repito “siglo y medio después”. Por eso y por todo lo demás que pasó en España, al margen de la evolución de otras sociedades europeas, tiene sentido destacar esos doscientos años y hacerlo con enfoques objetivos que afecten a todos los sectores de la sociedad y a su conjunto.

A la ignorancia de lo que realmente era importante considerar nos ha conducido la intencionadamente frívola selección y manipulación de sucesos históricos que es propósito gubernamental solucionar. Porque, como declaró Isabel Celaá, “La educación pública es el eje vertebrador del sistema educativo. La religión no puede tener valor académico. Los valores cívicos han de ser universales y todos los alumnos y alumnas han de cursarlos”. El Gobierno piensa en crear una asignatura de valores cívicos y éticos. Civiles y universales. Así sea...