Opinión
Por
  • Diario del AltoAragón

Esperanza

Aplausos en el Hospital San Jorge de Huesca durante los meses de confinamiento.
Aplausos en el Hospital San Jorge de Huesca durante los meses de confinamiento.
R.G.

Quizá sea esta la palabra que mantiene en pie hoy, en estos tiempos tan convulsos, a muchas personas. Los sanitarios que han pasado dos años en primera línea trabajando para contribuir a combatir el virus y salvar vidas, miran hoy atrás y aún sienten la angustia que de ver la muerte tan cerca y de aislarse de los suyos para no meterla en casa. Dos años después del inicio del Estado de alarma en España, se aferran a la esperanza alentada por los datos, cuando todavía arrastran secuelas de agotamiento físico y psicológico.

Pero, aunque esa palabra esa tan necesaria y sirva de tanta ayuda, el futuro no se puede fiar a la suerte. La pandemia ha puesto en evidencia muchas fortalezas de nuestro sistema sanitario, pero también las debilidades, que es preciso solucionar. Colectivos como el de las enfermeras reclaman medidas para que no vuelva a suceder. Esta situación, también, contribuye a que no se sientan reconocidas.

Los aplausos hace mucho que se acallaron y, si bien sirvieron para sobrellevar ese cambio que descolocó al mundo por la primera ola, los reconocimientos de entonces de poco sirven ahora para sobrevivir a la “normalidad”. En la mente y en el corazón de todos los sanitarios, se han quedado los nombres, los rostros y las circunstancias de pacientes que se les fueron de un momento a otro. Con eso tendrán que vivir, pero las carencias que denuncian ya no se justifican. No es fácil, los gobiernos tienen que lidiar ahora con otra situación sobrevenida, la guerra en Ucrania, que exigirá muchos recursos económicos. En primer lugar, que se adopten cuanto antes esas medidas fiscales para evitar la precariedad en hogares y empresas. La esperanza no puede ser la salida.