Opinión
Por
  • Miguel Ángel Liso Tejada

Impecable adoctrinamiento

Un hombre trabaja en las tareas de limpieza de un edificio bombardeado.
Un hombre trabaja en las tareas de limpieza de un edificio bombardeado.
MIGUEL A. LOPES

A mediados de los años ochenta viajé a Rusia, acreditado como periodista occidental, para escribir unos reportajes sobre la seguridad y la política de Defensa de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El programa incluía entrevistas con los principales mandos del brazo armado de la URSS, el Pacto de Varsovia (1955-1991) y del ejército ruso, exhibiciones de unidades de élite y la visita a una academia militar, situada a las afueras de Moscú.

Llegados a la Academia, entré en un aula en la que jóvenes cadetes, uniformados y rapados, se levantaron y se pusieron en posición de firmes. En un lateral de la clase, sobre una repisa, decenas de tableros de ajedrez. Un comandante me pidió si podía contestar a las preguntas que los futuros oficiales estaban deseando plantear a un periodista occidental. Fueron seis preguntas. Prácticamente idénticas: ¿Por qué la OTAN, una organización criminal, asesina, amenaza a la URSS, un pueblo pacífico que sólo quiere la paz?

En lo único que estaba de acuerdo con ellos era en la calidad del pueblo ruso, en su abnegación, en su hospitalidad. Expliqué que Occidente se caracterizaba por sus regímenes democráticos, por el respeto a los derechos humanos y a las libertades. Percibí que no sabían de lo que hablaba. Resalté que la OTAN no era una organización asesina y que, por su carácter defensivo frente al Telón de Acero, nunca atacaría a la URSS para someterla, salvo para protegerse. Apenas cinco años después de esta visita, la URSS se desintegró por sí sola a causa del colapso político y económico del régimen comunista. La mayoría de sus repúblicas huyeron de la tutela de Rusia como de la peste.

La perestroika de Gorbachov (1988-1991) e incluso la posterior etapa atrabiliaria de Borís Yeltsin (1991-1999) supusieron una distensión en las relaciones con Occidente. Pero desde la llegada de Vladímir Putin a las esferas del poder en 1999 el deterioro de esas relaciones ha sido escalofriante. Los fantasmas de los cadetes soviéticos revolotean de nuevo.

Viene esto a colación porque en estos días de sangre y fuego en Ucrania he logrado intercambiar unos correos con dos de las personas a las que traté en Rusia. No se conocen entre sí. Son profesionales solventes. Sus correos arrojan llamativas coincidencias. En síntesis: “El culpable de esta guerra es Estados Unidos que, junto con sus socios de la OTAN, estaba preparando la invasión de la región de Donbás, al sureste de Ucrania, para eliminar a los grupos prorrusos (…) Lamentamos las muertes en ambos lados. Es una tragedia personal, ya que son los muertos de todos. Pero una amenaza a Rusia no puede provenir de Ucrania, que forma parte de la patria común. No puede haber una Rusia dividida (…) En nuestras almas de rusos no hay fronteras entre San Petesburgo, Kiev, Almaty, Donestk, Minks, Sebastopol y Moscú”.

“Los anglosajones -afirman- están muy equivocados si creen que las protestas internas provocarán un cambio en el poder. Es imposible. Putin tiene un apoyo abrumador del pueblo, y las sanciones contra nuestro país solo causarán un endurecimiento de su posición. No cederá. Hay buenas relaciones con China y la India. Europa va a ser la que sufra mayores pérdidas”.

Hasta aquí lo más sustancial de sus correos. Con estupor y sabiendo lo que opinaban hace tres décadas, que nada tiene que ver con lo escrito ahora, sólo se puede pensar que un persistente adoctrinamiento es la causa de un cambio tan radical para justificar lo injustificable: Occidente sigue siendo una amenaza latente para Rusia y fue el responsable del desmembramiento y ruina del imperio ruso. Estos correos son sólo un botón de muestra, ya que otras informaciones fiables de Moscú revelan que estas opiniones sobre la guerra son compartidas mayoritariamente por su población.

Desde hace 23 años, el adoctrinamiento ha sido otra vez implacable. Las dictaduras como la de Putin se han valido siempre de la educación y de la propaganda como medios de alienación doctrinal, el cauce donde verter las falsedades históricas y la visión deformada de la realidad, a fin de mantenerse en el poder. El escritor Aldous Huxley (1894-1963) sostenía que, si el adoctrinamiento está bien hecho, todos podemos ser conducidos al objetivo pretendido por el manipulador.

Esto nos ayuda a entender a qué nos enfrentamos cuando un sátrapa como Putin decide invadir otro país con la guadaña de la muerte, argumentando una legitimidad y unas amenazas que son falsas. Pero no nos engañemos, lo que en Occidente nos causa indignación y rabia ante la guerra, en Rusia se interpreta en general como una acción militar justa. El adoctrinamiento ya ha hecho su trabajo de retorcer la narración de los hechos.

Bajo este adoctrinamiento de masas y con una represión feroz, Vladímir Putin ha exacerbado el nacionalismo ruso más extremo y ha retomado el concepto de la Gran Rusia, bajo cuya bota deberían estar algunos países allende sus fronteras. Con su soberbia y su desvarío, niega a pueblos que ni siquiera le han ofendido el derecho a vivir en paz y sin miedo. Y la matanza sigue.