Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

El fin de la paz

Soldados ucranianos en un punto de control de Kiev.
Soldados ucranianos en un punto de control de Kiev.
EFE

Sylvie Kauffmann, una de las mejores periodistas de Europa que yo haya conocido, escribió hace poco un artículo en el diario “Le Monde” que empezaba con una frase que a mí personalmente me heló la sangre: “Europa no está en guerra, pero ya no estamos en paz”. La paz, aquello en lo que se basa nuestra felicidad y que todos pensábamos que era gratis e irrompible, ahora la descubrimos estupefactos como una utopía que ya no depende de nosotros. Mucha gente habla estos días de lo que está pasando en Ucrania para expresar un deseo ferviente de que se detenga la guerra a cualquier precio, sin darse cuenta de que desde que se han desatado las hostilidades ya hemos perdido la capacidad de influir en algo que está determinando nuestras propias condiciones de vida. Hasta hace un mes predecíamos el futuro proyectando el presente, con pandemia incluida, porque podíamos suponer que las cosas sucederían dentro de las coordenadas de lo conocido. Desde que el dictador ruso Vladimir Putin dio la orden de invadir Ucrania, el factor de la violencia se ha introducido en la formula como un elefante que entrase en una tienda de porcelana y ha destruido toda certeza sobre nuestro futuro para que empiece el macabro juego de lo que Proudhon –que era un anarquista revolucionario- definió como “la tremenda fecundidad de lo inesperado”.

La guerra aplasta toda certeza y acaba con nuestros horizontes racionales. Hasta ha reaparecido el espectro de ese infausto botón rojo que podría poner en marcha el apocalipsis de las armas nucleares, algo que los europeos menores de 40 años no habían conocido ni en los libros de historia. En mi humilde opinión, Putin no puede salirse con la suya porque en ese caso cualquier otro país europeo estaría en peligro de ser invadido si no acepta sus exigencias, pero si pierde la guerra podría producirse una desintegración catastrófica de la dictadura y quien sabe si de la propia Rusia, que tampoco sería pacífica ni controlada. Pero todo eso no son más que análisis interesados que no aguantan el primer cañonazo de una realidad que ya avanza por su cuenta sin pedir permiso a nadie. Ni siquiera Putin está seguro a estas alturas de poder controlar una operación militar que a todas luces no le está saliendo ni mucho menos como esperaba.

Cuando repaso la historia de la II Guerra Mundial siempre me pregunto por qué la gente no reaccionó a tiempo y siguió viviendo como si nada, en vez de huir, por ejemplo, a la vista de todos los indicios que anunciaban la catástrofe que estaba a punto de producirse. La respuesta más sencilla es que no estaban seguros de lo que iba a suceder, a diferencia de nosotros que podemos predecir el pasado perfectamente leyendo cualquier manual de historia. Además, parece ser que nuestro cerebro tiende siempre a buscar elementos de coherencia en la realidad que percibe y finalmente lo que logra es adormecer nuestro sentido común con la idea de que por ahora esa realidad deseada y estable resiste más o menos. Tal vez así logra que prevalezca siempre la esperanza absoluta de que todo acabará bien, por encima de esa suma de barruntos funestos que nos rodean, aunque a mí me parece que lo que nos está pasando se podría comparar con lo que siente alguien que hubiera tropezado en la azotea de un rascacielos y mientras va cayendo le da tiempo de pensar que -de momento- la cosa no es tan grave. 

Es verdad que si asumimos que todo es posible en este escenario en el que el futuro ha dejado de ser previsible, también podemos esperar que los bomberos llegarán a tiempo para poner una pila de colchones y así evitarnos los efectos más nocivos de la ley de la Gravedad. ¡Ojalá! Sin embargo hay que saber que aún en ese caso, digamos, de una intervención milagrosa que pare la guerra pronto, los vientos que ha sembrado este conflicto nos van a pesar a todos los europeos durante mucho tiempo. Nosotros que habíamos subcontratado nuestra seguridad a los americanos no tendremos más remedio que fabricar, comprar y tal vez utilizar armas en un mundo otra vez inestable y peligroso además con la inquietante presencia de la dictadura China que pase lo que pase va ser la gran beneficiada de todo esto.

Los presupuestos de Defensa van a aumentar a toda velocidad para que los ejércitos vuelvan a ser máquinas de ejercer la violencia, en vez de ser oenegés como nos gustaría. Eso es lo que quiere decir mi admirada Kauffmann cuando habla de que desgraciadamente se nos ha acabado la paz en Europa. Y por eso me levanto cada mañana dando gracias a Dios por la existencia de la Unión Europea, porque ese es nuestro único asidero, más aún ahora que tenemos un Gobierno presidido por un mentiroso sin escrúpulos del que ya no se fía nadie, que fue el que peor gestionó la pandemia, que es el que peor está gestionando la terrible crisis que viene con la guerra ucraniana y que se está descomponiendo a marchas forzadas porque Sánchez solo puede confiar ya en esa fecundidad de lo inesperado para salvarse.