Opinión
Por
  • Antonio Naval Mas

El Batallador institucionalmente desmitificado

Medidas contra las filtraciones en el claustro del Monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca
Claustro del Monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca

Si El Batallador hubiera sabido el traqueteo que iban a llevar sus huesos hubiera preferido seguir, en buena lid, arriesgando que fueran los sarracenos quienes se los rompieran. Cuatro forenses, dos veterinarios, dos embriólogos, dos arqueólogos, más un profesional en antropología, otorrinolaringología, bioquímica, radiología, neurología, oncología, química y cirugía maxilofacial. A esto hay que añadir un sustancioso equipo televisivo. Mandaron abrir el sepulcro, no levantaron acta de lo que encontraban ni cotejaron los sellos, sacaron los huesos y los manipularon sirviéndose de cajas de cartón comerciales como contenedores provisionales de apoyo, los devolvieron, no levantaron acta de lo que dejaban ni pusieron sellos, dieron por terminada la inspección y, consecuentemente, dijeron que se podían poner donde los habían estado. Me he acordado de “lección de anatomía” de Rembrandt, donde el cirujano sin quitarse el sombrero de calle, da su lección manipulando el cadáver. Se podrá decir que los del cuadro tampoco llevaban, guantes, ni batas, ni mascarillas, pero la contestación es obvia: estos no las conocían. Los estudiosos del Batallador aparecerán con ellas cuando los cámaras dijeron, ¡atención se rueda!.

Hoy vivimos una desmitificación drástica, y si esta es necesaria para conseguir más turistas y generar riqueza, aprobada quedan los medios para conseguirla. Si además no cuesta un euro, puede considerarse hasta una bendición. Las prioridades en conservación del patrimonio tienen algo de utopía. Yo me pregunté cuántos de los pululantes que actuaban trabajaban “por amor al arte”. A veces, es mejor no arriesgarse al desencanto de algunas contestaciones. Para eso están los fondos públicos, para que los elegidos no tengan que trabajar por amor al arte.

Para no pocos podrá merecer menos respeto la monarquía, pero los mitos son mitos y si se pierden los símbolos, se buscan sucedáneos, porque unos y otros, a pesar de que constituimos un colectivo muy avezado y que razonablemente estamos de vuelta, los necesitamos. La propietaria de los enterramientos, que escrupulosamente exigió siempre veneración para los cuerpos que tenían que resucitar y por cuyas almas se fomentaron tantos sufragios cuantos fuera posible, fue históricamente consecuente en asegurar su conservación y educar en el respeto. El alto staff de la Institución eclesiástica, debería pensar un poco más y mejor, pues vive y se mantiene de símbolos y mitos. Si además de no ver claro algunas verdades que siempre fueron eternas, no cuida los soportes o símbolos, las cosas todavía pueden ir a peor. El delegado episcopal Señor Nasarre dijo a quienes le llamaron adecuadamente la atención por el atropello, que nada se podía hacer pues la cosa estaba hecha. A eso la directora del Patrimonio, Señora Menjón, precisó que el permiso para la exhumación lo daba el propietario de las sepulturas (Heraldo de Aragón, 29-IV-22). Mientras tanto los turistas que por casualidad vieron la operación ni remotamente pudieron pensar, dada la frivolidad con que se exhibió el manejo, que se trataba de, al menos, un rey aragonés. Me pregunto cómo se reafirmará el clero granadino si además de no dar permiso para abrir el féretro de el Rey Católico, sabe cuán profesionales son nuestros profesionales. Y otro tanto puede suceder con los catalanes a quien les puede importar poco que doña Petronila fuera reina, sin por eso estar empeñados en dejar claro que ellos también han hecho reyes, y esto en igualdad de condiciones que Aragón. Con precedentes como el del Panteón de Huesca, mal lo tiene la TV aragonesa, y su gestor adjunto Ignacio Navarro para obtener la apertura de sepulcro de doña Violante, que también fue reina, que está enterrada en Vallbona de las Monjas, (panteón real aragonés en Cataluña) y murió en Huesca.

Vivimos tiempos de superficialidad, vulgaridad, frivolidad, chabacanería…, y de preferencia por las imitaciones, meras apariencias y sucedáneos. Tras lo visto en los claustros de San Pedro, con la anuencia de casi todos, se puede afirmar que hablamos el lenguaje que mejor nos expresa. Lamentable tan peculiar adecuación en la comunicación, que además se considera progreso.