Opinión
Por
  • Rafael Torres

Las escisiones de Yolanda Díaz

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo.
Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo.
EFE

Lo consustancial a la izquierda de raíz marxista es la escisión, incluso la escisión permanente, razón por la cual el proyecto político de Yolanda Díaz, que se basa en “la suma” de esa izquierda atomizada de suyo, requeriría un esfuerzo titánico en el mejor de los casos, o uno baldío por imposible en el más previsible de ellos. Ahora bien; en esto de la izquierda de origen o procedencia marxista, quienes se escinden todo el rato son los líderes y los jefecillos de los partidos, en tanto que a los simpatizantes y votantes de esa izquierda que dice estar a la izquierda del PSOE, cosa no muy difícil y sin necesidad de ser marxista, les contraría ese escisionismo patológico y sueñan siempre con lo que se supone que ofertará Yolanda Díaz en su gira de escuchamiento por España, la unidad.

Visto lo visto en Andalucía, donde para componer una simple coalición electoral de “izquierda a la izquierda del PSOE” se ha armado un follón de mil demonios por un quítame allá ese predominio y esas pelillas, lo de la unidad ideal de Yolanda se ha topado con la realidad adversa al ideal que la propia Yolanda Díaz ha contribuido a crear metiéndose de lleno en el fregado con un ordeno y mando muy de la casa, por mucho que acto seguido haya puesto pies en polvorosa con la ilusoria intención de hacer creer que nunca estuvo allí. No digo yo que en ese mundillo, en esa behetría, no se necesite, si se quiere llegar a algún sitio, un gesto de autoridad por parte de quien la tenga, en éste caso Díaz, pero eso se parece a la “unidad” y a la “suma” como un huevo a una castaña.

Yolanda Díaz, como persona de partido de toda la vida, sabe que para la consecución de su utopía los partidos funcionarían como obstáculos, como rémoras, y más esos que se andan escindiendo y tirándose los trastos a la cabeza constantemente, pues quienes los dirigen hacen de ello su particular modus vivendi y son implacables con aquellos que se lo disputan. Tal es el marasmo en el que se debate: tener que contar para su proyecto futuro con los que, con toda seguridad, se lo cargarían a las primeras de cambio.

Ahora bien; otra añagaza, más espantable si cabe, acechará a Yolanda Díaz en el camino que quiere emprender tras las elecciones andaluzas: En España nadie escucha a nadie. Y, claro, si lo suyo, como asegura, va a consistir en el insólito ejercicio de escuchar, en escuchar a troche y moche, ¿quién demonios le va a escuchar a ella? Le van a poner la cabeza como un bombo y, a la postre, será ella la que acabe escindiéndose absolutamente. l