La lucha contra los ídolos

LA IDOLATRÍA es el pecado más contumaz que acecha al hombre. Ahora mismo puede que estemos en la época en que más ídolos nos acechan y nos alienan; aunque es algo que viene de antiguo, ya en el siglo VIII a.d.C., en tiempos del profeta Oseas (8,4), este describe perfectamente lo que es un ídolo y el salmo 113 lo detalla: “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no puede hablar, tienen manos y no tocan y tienen pies y no andan”. No obstante, los ídolos de tiempos de Oseas eran fácilmente identificables, eran figuras o estatuas hechas de oro, plata o madera y por consiguiente eran más fáciles de combatir.
Por el contrario, en nuestra sociedad, los ídolos son de dos clases; tenemos los más fáciles de identificas; el poder, el dinero y el sexo, tanto es así que aun teniéndolos como ídolos somos conscientes de que no nos llenan y por lo tanto se pueden combatir con más o menos dificultad, pero se puede; pero hay otros ídolos mucho más sutiles como son un cantante de moda, un futbolista, un político, un deportista de élite o incluso cada uno de nosotros que puede considerarse un fuera de serie y caer en el narcisismo tan frecuente en nuestros días, que nos pueden tener sorbido el seso y no somos tan conscientes de que están ocupando en nuestro corazón el sitio que deberíamos tener reservado a Dios. Esta situación, a poco que seamos conscientes, además nos arrebata la paz porque no somos felices.
La principal arma para combatir a los ídolos es la misma que en tiempos de Oseas; la Shemá: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, co todo tu ser y con toda tu mente”. El mandamiento nos devuelve la paz y la confianza en el Señor que se refleja en el salmo 22: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar o nada me faltará”, ya que la primera traducción es un presente con aspecto de futuro. La palabra salmo, en hebreo Mizmor, proviene del verbo zamar que se traduce por: “cantar, alabar acompañándose de un instrumento”. Es, por tanto, una manifestación de alegría. Este salmo 22 que se atribuye al rey David, nombre que se traduce por: “el bien amado” y así cada uno de nosotros somos David para el Señor; comprender esto es imprescindible para encontrar la paz del corazón. Este salmo que es un himno de alabanza nos describe la solicitud del Señor: “ me haces descansar en verdes praderas, me sofocas la sed, me consuelas y estás conmigo, me acompañas con tu bondad” y ¿por qué nos regalas con tantas cosas? Porque Tú eres mi Pastor y yo la oveja preferida de tu rebaño. Es curioso que siendo nuestro Dios, el Señor de la paz y que continuamente nos lo recuerda, es su saludo a los Apóstoles y es la séptima bienaventuranza: Dichosos los pacíficos, sin embargo en toda la Escritura solo una vez aparecen juntas las palabras Yhwh y shalôm, Dios y paz (Jue, 6, 24), en el pasaje en que Dios se aparece a Gedeón y este para celebrarlo levanta un altar en ese sitio y escribe en él Yhwh- Shalôm.
La desobediencia de nuestros primeros padres les hizo perder la paz y con ello adquirieron la pesadumbre y culpabilidad por su pasado, la incertidumbre del presente y la angustia del porvenir por su condición de mortal y aquí es donde se hace medicina el salmo 22 : El Señor es mi Pastor que hace exclamar a San Agustín: “Oh Dios, bueno y todopoderoso, tu cuidas de cada uno de nosotros en particular, como si te ocupases de uno solo” (Confesiones III, 11) y eso significa que no es un Dios lejano sino que cuida de mí, estando a mi lado: “ Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn. 15, 15) y este interiorizar en mi conciencia esta relación con el Señor, me permite encontrar la paz que me alejará de los ídolos.