Opinión
Por
  • Manuel Campo Vidal

Arde la política tanto como los bosques

Un bombero realiza tareas de extinción en un incendio.
Un bombero realiza tareas de extinción en un incendio.
EFE

En España y en toda Europa lo mismo: el verano nubló los cielos con tanto incendio. Las perspectivas económicas se oscurecen. “La lucha contra la inflación causará algo de dolor a hogares y empresas, pero menos de lo que dolería no hacer nada”, declara Jerome Powell, presidente de la FED, el banco central de EE.UU. Los anuncios de recesión son atizados por las oposiciones políticas, esperanzadas en que de la crisis algo sacarán. Puede ser que haya una remodelación profunda de los gobiernos actuales, que en el caso de Italia va a ser, ya en septiembre, una clara involución con la victoria anunciada de la ultraderecha. Pero no es seguro que sea así en todas partes.

Hay poca confianza popular en la recuperación de la economía, pero menos aún en la capacidad de los políticos actuales para dirigirla. Pongan el oído en la calle y compruébenlo. Conversación habitual de veraneo: todo está muy mal y no se descarta que pueda ir a peor. Por si acaso se cumple el pronóstico, vacaciones por adelantado. Y en bastantes casos, a crédito.

Al Gobierno de Pedro Sánchez, que le tocaron todas las desgracias -la pandemia, la nevada, el volcán de La Palma, la guerra de Ucrania y lo que venga- no lo ponen bien en la calle. Especialmente a la vicepresidenta Teresa Ribera y a las ministras Irene Montero y Ione Belarra. Pero a la oposición tampoco. El efecto Nuñez Feijóo baja de intensidad, aunque mejore en las encuestas con el viento a favor. “Empezó muy bien pero ha tenido un agosto malo”, admite un dirigente histórico del Partido Popular gallego. No hay semana sin patinazo, sea económico, internacional, o incluso interno, a cuenta de Pablo Casado, su antecesor. Oponerse a las medidas para contener el gasto energético no es popular. La electricidad en Francia se va acercando a los mil euros MWh, el triple que en España y Portugal. Menos risas con lo de la “excepción ibérica” que Sánchez y Antonio Costas arrancaron en Bruselas. La derecha extrema de Vox sigue sin digerir el trastazo de Andalucía. Se lo comían todo con su candidata estrella Macarena Olona que acabó retirándose de la política, supuestamente por salud -excusa generalizada- pero sobre todo “por no hablar”. Suficiente con esa frase. El liberalismo de Ciudadanos sigue en Cuidados Intensivos y los independentistas catalanes en pronóstico reservado. Carles Puigdemont, huido a Bruselas hace casi cinco años, no sabe como volver. Es lo malo de marcharse de los sitios. Su delegada en la tierra, Laura Borrás, presidenta del Parlament, suspendida cautelarmente por la Justicia, se ha convertido en el activo electoral más importante del anti independentismo. Aunque siempre habrá un centenar de jubilados hiperventilados dispuestos a aplaudirla, no cuela que por fraccionar contratos en favor de un amigo, ella se escude en que es “víctima de la represión del Estado español”; el mismo Estado por el que recientemente sacó una oposición como profesora. No es represión; se llama corrupción.

Seis meses ya de guerra de Ucrania. Progresos militares relativos de Zelensky y quema libre de excedente de gas ruso con riesgo de deshielo del Mar Ártico. Todo un despropósito. Pero Europa está más cohesionada ahora. Un grupo de eurodiputados, liderados por el español Domènec Ruiz Devesa, se reúne en la isla italiana de Ventotene, donde el federalista Altiero Spinelli en 1941 impulsó el Manifiesto que sería el germen de la Unión Europea, antídoto de la guerra y motor de desarrollo económico. Estos eurodiputados federalistas actualizan aquel texto con la convicción de que Europa es la única esperanza y garantía de futuro.