Opinión
Por
  • Francisco Muro de Iscar

¿Profesionales? de la política

El expresidente del Gobierno, Felipe González
El expresidente del Gobierno, Felipe González
Efe

En la divertida y sugerente presentación del oportuno libro de Fernando Jáuregui La foto del Palace, cuando se cumplen cuarenta años de ese momento en el que, tras ganar las elecciones, Felipe González y Alfonso Guerra se asomaron a una ventana del hotel madrileño para ser aclamados por sus sucesores y dar un giro radical a la historia, intervinieron Miguel Herrero de Miñón, Eduardo Madina, Fernando Ónega y Elena Valenciano. Fue ésta última la que introdujo un tema “menor” que debería ser “mayor”.

Quienes aspiraban a entrar en el Partido Socialista, a ser militantes de base, antes de recibir el carné tenían que pasar dos cursos de formación que, entonces, impartían personas como el propio Felipe o Alfonso Guerra, Javier Solana, Carlota Bustelo y tantos otros. Dos cursos de formación antes de recibir un carné. Y, en casi todos los casos, eso se simultaneaba con el estudio de una carrera universitaria o el trabajo en empresas, en la Universidad o en la Administración pública.

Los cuadros que dirigieron el Estado durante esos difíciles y complicados años eran en su mayoría profesionales que abandonaron sus ocupaciones por un tiempo para poner su conocimiento y preparación al servicio de todos. La inmensa mayoría abandonó la política años después y volvió a su profesión. Luego, y sobre todo en los tiempos más recientes, han crecido como setas lo que hemos venido a llamar “políticos profesionales”, personas que, sin oficio ni beneficio, sin haber trabajado nunca en una empresa privada o pública, incluso falsificando currículos, han amanecido como concejales en un pequeño ayuntamiento, se han pegado a un político con expectativas, han hecho pasillos en la sede del partido y han ido “creciendo”, sin haber gestionado nada, hasta llegar a directores generales, secretarios de Estado, ministros o ministras o presidentes de empresas públicas. Sin haber gestionado nada antes, sin ninguna experiencia en el sector, dirigiendo grandes equipos de técnicos y funcionarios, cobrando sueldos que van desde los 70.000 a los 150.000 euros y nombrando potentes equipos de asesores bien pagados que, en muchos casos, saben menos que ellos de los asuntos que llevan.

No sólo se vulneran las leyes que exigen para determinados cargos técnicos -desde director general hasta presidente de una empresa pública- experiencia, perfiles adecuados y conocimientos demostrados, sino que se pone o se quita a esos profesionales por puros intereses de partido, sin el menor disimulo. Está pasando ahora mismo en RTVE y casi podríamos decir lo mismo de los “candidatos” al Consejo General del Poder Judicial, a la Agencia de Protección de Datos a casi cualquier organismo público o, incluso, “independiente. Priman el carné, la cercanía política, a veces la sumisión, sobre la profesionalidad.

“No se debería poder gobernar un ayuntamiento sin haber demostrado antes que se sabe gobernar algo y sin tener una profesión, porque la política no puede ser una profesión para huir del paro”, decía, con toda razón, Miguel Herrero de Miñón. ¿Dónde irán, cuando cesen, todos estos que han nacido para ser “políticos profesionales?”, aunque llamarles así es una ofensa para los millones de buenos profesionales que tiene nuestro país. Herrero citaba también una frase de Felipe González: “el que no sabe ser más que concejal no sabe ser concejal”. Y eso vale desde el concejal hasta el presidente del Gobierno. ¿Se dejaría usted operar por un médico sin estudios, defender por un abogado sin conocimientos jurídicos acreditados o aceptaría los planos de su casa hechos por un aficionado a la arquitectura? Pues eso es lo que hacemos en política. Y así nos va. O reformamos y profesionalizamos de verdad la Administración, y esa es una de las reformas a las que nadie quiere hincar el diente, o seguiremos instalados en el clientelismo político y gobernados por aficionados.