Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

Aquello parecía casi la anormal normalidad de siempre

Feijóo saluda a los Reyes en el besamanos en la Palacio Real con motivo del Día de la Fiesta Nacional.
Feijóo saluda a los Reyes en el besamanos en la Palacio Real con motivo del Día de la Fiesta Nacional.
EFE

Aquello parecía casi la anormal normalidad de siempre, la de antes de 2020, quiero decir. Ni las mascarillas ni las conversaciones sobre la pandemia están ya de moda. Y en los corrillos tras el ‘besamanos’ en la fiesta nacional en el Palacio de Oriente se hablaba de muchas cosas, pero como si nada serio ocurriese. Bueno, faltaban los nacionalistas, los separatistas y el ex jefe de los jueces Carlos Lesmes, pero las primeras ausencias se dan por descontadas desde hace décadas. Lo de Lesmes todos creen que se va a arreglar muy pronto con un sustituto y con un acuerdo precario. 

El desfile militar estuvo tan nutrido como en los mejores años. Y, además, le guste o no a la vicepresidenta Ribera, esta Navidad tendremos bombillas a decenas de miles. ¿Era eso la inestable normalidad que llevamos ‘conllevando’ casi desde siempre? No. Los grandes problemas del país subsisten, no sé si agravados y agraviados. El de las instituciones -la crisis del Judicial es lo más patente, pero hay mucho más mar de fondo en los otros poderes-. El territorial, y ahí estaba la clamorosa ausencia de los gobernantes catalanes y vascos, que, sin embargo, sustentan al Gobierno central. Y, claro, pervive el tema de la gran desigualdad: acudían, acudíamos, a la fiesta los integrantes de esa España bulliciosa que nutre los cenáculos y los mentideros de la capital, gentes más o menos bien instaladas cuyas voces se escuchan en según qué ámbitos.

En la plaza, en el exterior del palacio, se amontonan siempre los curiosos e incluso los aplaudidores. Fuera de eso, una inmensa mayoría del país que permanece ajena a lo que se cuece en el ‘mundo oficial’. Esa gente a cuyos ‘corrillos’ nunca se acercan los periodistas, y menos aún los políticos que dicen representar a la ciudadanía, para escuchar lo que esta tiene que decir. Bueno, puede que eso también sea la normalidad, porque es de alguna manera lo que siempre ha ocurrido. Pero sucede que ese ‘mundo oficial’, incluyéndonos a quienes manejamos la difusión de la actualidad, ha decidido seguir feliz y despreocupadamente apostando por una realidad festiva, como si nada ocurriese: mínimas restricciones energéticas, muchas de ellas bien tópicas; las viejas batallitas políticas; la vicepresidenta Calviño, ausente en Estados Unidos y ajena a los absurdos rumores que la presentan como ‘presidenciable’ tras Sánchez (¿?), ofreciendo cifras de crecimiento económico que el FMI, que tampoco es que sea el oráculo de Delfos, desmiente. O sea, que la normalidad de copas de vino entrechocadas y cerveza en los salones del palacio es deseable, pero no es del todo real. 

Cierto, se lo admitiré a usted, que en la ‘España oficial’, e incluso en la que no lo es, los sociólogos que fabrican encuestas y análisis quieren detectar un cierto anhelo de transformación, de salto hacia adelante, de superación del estancamiento moral. Puede, es lo más probable, que la celebración del 12 de octubre del año próximo transcurra, si no en plena campaña electoral, sí en un ambiente de inminente corrida a las urnas. Lo que este año planeaba bajo los techos del palacio era una precampaña que se anuncia larga, tensa, competida. Allí todos pensaban desde ya en las elecciones. Y eso sí que no es normal. O debería no serlo.