Opinión
Por
  • Carmen Tomás

¿También es el INE un traficante del miedo?

Sede del INE
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S.E.

El pasado viernes se celebraba el V Encuentro Económico Asegurador. Uno de los participantes era el director general de Productos Estadísticos del INE, Alfredo Cristóbal, quien avanzó que el PIB del tercer trimestre podría situarse en torno a cero “décima arriba, décima abajo”. El dato avanzado lo conoceremos el próximo viernes, pero todo parece apuntar a un decrecimiento entre julio y septiembre, a pesar de que el turismo alcanzó buenos niveles.

Tampoco se espera que el cuarto trimestre acabe en signo positivo. Si fuera así y los dos trimestres fueran de decrecimiento, la recesión ya estaría con nosotros. Alfredo Cristóbal sería desde el viernes un “traficante del miedo” como últimamente le gusta llamar a Sánchez a los que publican o comentan previsiones poco optimistas sobre la situación de la economía española. En definitiva, a los que le rompen el discurso de que la economía española “sigue fuerte”.

La realidad es que el alto cargo del INE ha venido a corroborar la mayoría de las previsiones que están haciendo otros organismos y servicios de estudios. Y esta evolución es lógica, si tenemos en cuenta que todos los expertos hablan claramente de recesión, por ejemplo, en Alemania, siendo uno de nuestros principales socios. También tiene sentido que España haga ese recorrido, si tenemos en cuenta que el Banco de España ya ha dicho que se retrasa la recuperación de los niveles prepandemia hasta 2024 y que la inflación seguirá siendo persistente aún muchos meses. Empresas y hogares van, por tanto, a seguir sufriendo, no podrán hacer frente a sus facturas y reducirán su consumo. Si a este panorama le añadimos que la ejecución de los fondos europeos es un caos, que el Ingreso Mínimo Vital no funciona y hay que ir a buscar a lazo a los posibles beneficiarios, que las ayudas no llegan a las empresas y que la subida de impuestos y cotizaciones nos ahogarán a todos aún más, es fácil llegar a la conclusión de que no se trata de ser o dejar de ser “traficante del miedo” ni de estar en cenáculos oscuros, sino de tener los pies en la tierra y actuar en consecuencia sin fiarse del discurso oficial y de las previsiones que sustentan unos Presupuestos Generales del Estado muertos antes de nacer.