Opinión
Por
  • Lara Alins Rami

Agenda 2030: verdades encubiertas

La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra.
La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra.
EFE

En 2015 la ONU aprobó la resolución: “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”. Esta Agenda presenta 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se concretan en 169 metas. El documento de 40 páginas ha sido ampliamente difundido en la red. Tras el entusiasmo que suscitan los atractivos 17 objetivos (que parecen prometer un mundo feliz, pero irreal e inalcanzable), y que son “de alcance mundial y aplicación universal”, es interesante adentrarse en las respectivas metas y profundizar en el posicionamiento ideológico que subyace.

Esta agenda se ha venido preparando desde décadas, no es nueva. Ya el preámbulo del documento dice recoger las metas perseguidas por anteriores conferencias de las Naciones Unidas. Son las conferencias de Dacca (1964), Bucarest (1974), El Cairo (1994), Pekín (1995), Río de Janeiro (Cumbre de la Tierra para la vida sostenible, 1992), La Carta de la Tierra (Mijaíl Gorbachov expresó la necesidad de la nueva moral atea y del nuevo concepto antropológico del hombre, 1997). Estas cumbres fueron organizadas por la Fundación Rockefeller, con el apoyo de la multinacional del aborto Planned Parenthood, y bajo el manto de la ONU.

A nadie se esconde ya que los fines de todas estas cumbres fueron controlar la natalidad, alterar la familia e impulsar la igualdad de género y el aborto (especialmente entre los pobres). Un planeta más confortable y sustentable requiere menor población, a costa de lo que sea. Se trata del control demográfico bajo pretexto del medio ambiente. Para lograr este objetivo se precisa promover el aborto, la ideología de género y la eutanasia.

En la misma línea, la nueva Agenda (que se “reafirma en todos los resultados de las cumbres anteriores” -p 11-) es una imposición global de la nueva religión climática y ecológica, el dogma de género, los derechos sexuales y reproductivos (aborto) y el multiculturalismo. Y decimos imposición porque este plan globalista, este principio rector, bajo el que deberán conducirse todas las naciones, suplantando su soberanía, nadie lo ha votado, tampoco nuestros gobernantes, que quedan reducidos a la figura de meros servidores y ejecutores. Es una exigencia de las oligarquías y fundaciones financieras internacionales que pretenden transformar la cultura, las tradiciones y la identidad de las naciones, y uniformarlas bajo su propuesta ideológica para que todo quede bajo su control.

Empresas, organizaciones, instituciones se ven obligadas a difundir la Agenda 2030, adoptar y comunicar ampliamente sus ODS, lo que absorbe ingentes recursos, recursos que se detraen de otras áreas más necesarias. Muchas empresas deben formar a su personal en igualdad de género, respetar cuotas, o cumplir con numerosas obligaciones en el ámbito del cambio climático. Además, al calor de la sostenibilidad, se han forjado ministerios, leyes, comisiones, entidades públicas y privadas subvencionadas, negocios en el campo de las consultorías, asesorías, empresas de comunicación… Sin embargo, el entusiasmo de España en la observación de esta normativa, lamentablemente, ya está teniendo penosas consecuencias en el ámbito de la energía, los alimentos, la estructura familiar… Poner a la ecología, no al ser humano, como fundamento de toda decisión política tiene efectos nefastos, porque el hombre no es una parte más de la naturaleza, sino quien debe dominarla y cuidarla para su servicio.

Los ODS son reconocidos incluso por instituciones cristianas. Casi nadie se atreve a cuestionarlos. Este consenso ha sido favorecido por una extraordinaria propaganda y porque la mentalidad del hombre moderno se ha ido adormeciendo y acomodando, tras décadas de asimilación, a esta nueva cultura materialista, a este nuevo código moral.

Sin duda para transformar la política o la economía, es preciso empezar por transformar, deconstruir, la cultura, las tradiciones, la mentalidad de las personas y así prepararlas para aceptar el cambio.

La Agenda 2030 nos presenta un lenguaje plagado de muletillas difusas, ambiguas, que significan todo o nada y que se mezclan como mantras en las metas de los objetivos: empoderamiento de la mujer y niña, sociedades inclusivas, prosperidad compartida, mundo equitativo, inclusivo, salud sexual y reproductiva, abierto, tolerante, inclusión financiera, resiliente, Madre Tierra, cambio climático, sostenible (183 veces)… Sin embargo las palabras padre, madre, familia, no figuran ni una sola vez; como tampoco aparece el hecho de la bajísima fecundidad que no garantiza el reemplazo generacional en gran parte del globo, y que ya está originando graves problemas sociales y económicos. Eso sí, la presentación del cambio climático es apocalíptica y de tal gravedad como para llevar a las naciones a adoptar medidas en energía muy gravosas para su industria, agricultura, ganadería…

Salir de la pobreza va unido a cuestiones de género o climáticas (punto 1.5). Los programas nacionales de salud deben garantizar los servicios de salud sexual y reproductiva y los de planificación familiar (3.7); sin embargo se valora “las enfermedades transmisibles, incluidos los trastornos no conductuales, evolutivos y neurológicos, como un grave impedimento para el desarrollo sostenible” (26, introducción), así pues lo importante es la sostenibilidad no la persona. El interés por el aborto y la teoría de género es primordial, no importa que todo ello acarree la ruptura de la persona, de los vínculos naturales y de la familia, la hipersexualización y la lucha de sexos.

Por supuesto la Agenda se promoverá desde la escuela: “De aquí a 2030, asegurar que todos los alumnos adquieran los conocimientos necesarios para promover el desarrollo sostenible, mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial, la diversidad cultural, y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible” (4.7).

Es interesante descubrir la sustancia del documento. Conocerlo nos propone un apremiante reto. El conocimiento conlleva responsabilidad, en este caso la de enfrentar este colonialismo ideológico, reforzando nuestra identidad, independencia de criterio y nuestro mundo interior.

En mi opinión, cualquier proyecto político, social, ambiental, de envergadura, que no respete la soberanía de las naciones, las libertades individuales, la dignidad e integridad (física y espiritual) de la persona, y que no considere al hombre como el más precioso elemento de la naturaleza, a la que debe perfeccionar, cuidar, respetar y utilizar para su provecho, no enfoca correctamente las soluciones a los problemas que aquejan a la humanidad.