Opinión
Por
  • Antonio Baldellou Vázquez

La Basílica de la Peña de Graus, sede del Vicariato de San Victorián

Basílica de la Peña de Graus.
Basílica de la Peña de Graus.
S.E.

El complejo de la Basílica de la Peña de Graus, es la muestra arquitectónica más bella del denominado “Quinientos Aragonés”. Pero además es memoria viva de mil años de historia y parte consustancial del Monasterio de San Victorián.

La adscripción hacia 1084 de Graus al monasterio por parte de Sancho Ramírez, dio lugar a un milenio de pleitos por la titularidad civil y religiosa de la villa y de su Basílica, entre el Concejo de Graus, el abadiado de San Victorián y el obispado de Barbastro; litigios en los que se han visto implicados papas, reyes, obispos, abades, condes, jueces y corregidores diversos.

Este ruido de fondo ha velado algo que habitualmente viene siendo soslayado, y es que San Victorián, pasó progresivamente de una primera y única sede ubicada en el inhóspito edificio cercano a Los Molinos, a delegar en la Basílica de la Peña de Graus la “cura de almas” de todo el abadiado, y a compartir con ella la administración del poder legislativo y de la gestión económica del monasterio en el rico valle del Ésera.

Hacia los siglos XIV-XV, Graus era ya el solemne Vicariato General de San Victorián, y por tanto el brazo espiritual del monasterio. Fray José de las Heras autor de su famosa historia era Prior de Graus. En varios documentos de compra y venta de bienes uno de los protagonistas es “el abadiado de Graus”. En Graus se reunía el solemne capítulo anual del abadiado del monasterio. El monje implicado en la “invención” de las “Mazadas” era Fray Mateo de la Basílica de la Peña. Graus era la residencia habitual de muchos abades y algunos (entre ellos el gran abad Juan de Pomar y el incomprendido Francisco Escuer) fueron enterrados según sus deseos en la Basílica de la Peña. En la puerta de acceso a la Basílica y en la puerta de Graus de Barbastro todavía campea el escudo propio del abadiado de Graus, que combina el báculo mitrado del Abad con las gradas del escudo de Graus. En Graus se instauró un capítulo mixto con San Victorián, y la iglesia de la Peña se mantuvo siempre en clase “monacal”. Graus, con su alcalde Arnés al frente, solicitó en 1805 el traslado definitivo a la villa del monasterio para evitar su desaparición. Grausino era Víctor Estradera, el arquitecto que diseñó el proyecto de reconstrucción del monasterio a mitad del siglo XIX. Y finalmente, fue el grausino mosén Vicente Solano (honra de las armas y de las letras), quien desde Grustán intentó salvar la existencia del monasterio tutelando al último monje (Bergua) acogido en Urmella.

Hoy, la Basílica de la Peña y su cripta, la capilla de San Juan de Letrán, el edificio del antiguo Hospital o Casa de los Obispos y el delicado claustro gótico con sus originales inscripciones erasmistas, han superado en gran parte la tragedia de la guerra civil, y gracias al cuidado de los grausinos siguen luciendo como seña de identidad de Graus, y están catalogados como Bien de Interés Cultural en su Categoría de Monumento.

Pero el adecuado sostenimiento de la obra física excede las posibilidades económicas de las gentes de Graus y de la Asociación de Amigos de la Peña que canaliza todos los esfuerzos, y que hace una década ya confeccionó un detallado Plan Director para su mantenimiento. Es urgente incluir la Basílica de la Peña, la co-sede de San Victorián en las tierras llanas, en los proyectos de restauración del monasterio. En una excelente iniciativa, Patrimonio de Aragón está reconstruyendo el derruido edificio de Los Molinos, pero ya es el momento de abordar la restauración de la Basílica de Santa María de la Peña de Graus, último reducto del monasterio de San Victorián, referencia emocional de Ribagorza y lugar de una serena belleza capaz de transmitir al visitante un milenario legado de la historia de Aragón.