Opinión
Por
  • Luis Alegre

Pepe Escriche, lo mejor de Huesca

Pepe Escriche.
Pepe Escriche.
D. A.

Huesca es uno de los lugares de mi vida. Entre 1976 y 1980, entre mis 14 y mis 18 años, estudié interno en la Universidad Laboral. Plena Transición, personal y colectiva. Años definitivos y excitantes, para Huesca, para España y para mí. Durante los fines de semana acumulaba ese tipo de vivencias que se quedan pegadas a la memoria y te marcan para siempre: los partidos del Huesca en el Alcoraz; los bailes agarrados en la Penny Lane; las huelgas y manifestaciones contra los resabios de la dictadura; la primera novieta; las primeras películas de destape en el cine Olimpia; ‘Doctor Zhivago’ en el cine Avenida; ‘La prima Angélica’, ‘Cría Cuervos’ y ‘El jardín de las delicias’ en la Pirámide de la Laboral. Los amigos me llamaban “Saura”, retrato de mi fijación por nuestro gran artista, que había desatado mi cinefilia. Hasta nosotros llegaban los ecos de la Peña Zoiti y del Festival de Cine de Huesca. Pero yo todavía ignoraba quién era Pepe Escriche, el alma de esas glorias de la ciudad.

Lo supe en los primeros años 80. Yo ya vivía en Zaragoza. Comencé a asistir cada año, como en peregrinación, al Festival de Huesca, con amigos como José Antonio Vizárraga o Alberto Sánchez Millán. Alberto fue quien me presentó a Pepe Escriche y me descubrió a un ser formidable. Pepe era apasionado, entusiasta, encantador, franco, directo, noble, seductor, irresistible. Amaba a Huesca, el cine y a su gente. Su obsesión era contribuir a que Huesca fuera un lugar más bello e interesante gracias a la cultura, al cine, al Festival. Soñaba con convertir el festival en un certamen de referencia en el mundo y lo logró. Mimaba, de un modo muy especial, a los cineastas españoles y latinoamericanos. Era una fábrica de ideas e iniciativas que perseguían abrir nuevos caminos y horizontes que hicieran del festival algo cada vez más grande. Llevaba dentro un detector de gente talentosa y atractiva; tenía don de gentes y era un gran gestor de equipos. Siempre se arropó muy bien, con colaboradores y cómplices incondicionales: Luis Artero, Domingo Malo, Lázaro Venéreo, José Manuel Porquet, Ricardo García Prats, Montserrat Guiu, Begoña Gutiérrez, Fernando Moreno o Ángel Garcés, entre otros muchos. Para mí, cómo no, fue un honor total que me acogiera en el equipo de dirección y que Ángel Garcés me encargara escribir un libro sobre Vicente Aranda.

Viví con Pepe días y noches muy memorables: con Juan Diego, Inés Sastre, Mónica Randall, Andrés Pajares, Gabino Diego, Fernando y David Trueba, Paco Rabal, Asunción Balaguer, Bigas Luna, Fernando Colomo, Carlos Boyero, José Luis Borau, Montxo Armendáriz, Diego Galán, Pilar Miró, Manuel Pérez Estremera, Ariadna Gil, Gracia Querejeta, Julio Alejandro, Javier Gurruchaga, Imanol Uribe, María Barranco, Juanjo Puigcorbé, Vicente Aranda, Pilar López de Ayala, Silvia Pinal, Jaime de Armiñán, José Luis López Vázquez, Julia e Irene Gutiérrez Caba, Fernando Rey, Antonio Artero, Ángela Labordeta, Terele Pávez o el descomunal Fernando Fernán-Gómez. Pero la noche de las noches fue aquella de 1991 con Carlos Saura, el ídolo de mi adolescencia, de los años excitantes, cuando yo aún desconocía que Pepe Escriche ya encerraba lo mejor de Huesca. Cómo no echarlo de menos.