Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

Sánchez, listo para pasar a la historia

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
EFE

Cuando uno vuelve la vista atrás y comprueba que dentro de unas horas se cumplen cinco años de aquella moción de censura que colocó a Pedro Sánchez en La Moncloa, no puede sino estremecerse: ¿de verdad han pasado tantas cosas, tantas anomalías políticas, tantos sobresaltos, de veras se ha pretendido cambiarlo todo tanto en apenas un lustro? De entonces, aquel junio de 2018, solo quedan cinco ministros (presuntamente a punto de dejar de serlo), la dirección del PSOE ha cambiado radicalmente, ha estallado una coalición imposible, han desaparecido las principales figuras de la política nacional.

Excepto Sánchez, claro, que ahora afronta, en esa cuerda floja tan de su gusto, una muy probable salida del poder. Es casi ya un hombre para la Historia, con una trayectoria irrepetible para lo bueno y para lo malo, pero sospecho que ya con escaso futuro como inquilino de La Moncloa. Ha logrado que le quieran en Washington, en Bruselas, puede que hasta en Pekín, quién sabe. Pero no en España: simplemente, no cae simpático. Entre otras cosas, desde luego.

Junio y julio son meses trascendentales en el recorrido político de Pedro Sánchez: en ese período consolidó sus dos primeras resurrecciones políticas, ganando sendas elecciones primarias cuando todos -uno reconoce que también se equivocó- le daban por muerto. Ahora, este mes de junio, culminando en las elecciones anticipadas del 23 de julio, será difícil, salvo que la diosa Fortuna vuelva a echarle una decisiva mano, que el gato Sánchez saque una nueva vida de la chistera. Ni las encuestas, ni el sentido común, ni ese clima, inequívoco, que se respira en la calle abonan otra resurrección política, pese a que los magos que actúan a favor -y que se juegan, como otros miles de personas, ir al paro político- intenten convencerse/convencernos/convencerle, abusando del algoritmo, de que aún es posible ganar contra todo y contra todos, pese a la abrumadora experiencia de las urnas de este domingo.

No, Sánchez es ya historia, con minúscula o tal vez con mayúscula, según cuáles de sus actividades incesantes en este quinquenio queramos considerar. Personalmente, a la hora del balance -no, no es demasiado pronto-, creo que ha destruido más que construido, pero eso daría para una crónica mucho más larga, de varias páginas, incluso para un libro, o para varios, que todo se andará.

Buena parte de su obra será derogada, pero no así todo el ‘sanchismo’, como quiere Feijóo, el hombre que ya huele el aroma del principal despacho monclovita... si nada impensable ocurre, naturalmente. Porque lo impensable es la tónica habitual en este país: ¿quién iba a imaginar que el presidente iba a disolver el Parlamento y convocar elecciones coincidiendo con esa presidencia europea en la que tanto nos jugamos? ¿Quién podría suponer que, tras la debacle del domingo, todo consistiría en una huida hacia adelante, dejando consternados a los socios -comenzando por Yolanda Díaz, que podría convertirse, si lo hiciese bien, en la alternativa de la izquierda, de ‘otra’ izquierda lejana a la de su poco amiga Belarra y de su mentor Pablo Iglesias-? ¿O dejando maltrechos a los correligionarios (hay que ver lo mal que ha sentado esta decisión presidencial en el PSOE), a los amigos, a los enemigos? ¿Pasmándonos a usted, a mí, a Europa, al mundo mundial, a todos?

Sánchez pasará a la Historia como un equilibrista, un hombre que de audaz pasó a temerario y de ahí, a suicida. Un resistente, un trabajador infatigable no siempre a favor de las mejores causas. Un tipo que sonreía mucho y sin embargo no caía bien. Un hombre afortunado por tantos conceptos que se despeñaba sin inmutarse, seguro de su renacimiento. Alguien irrepetible en sus cualidades... y en sus defectos. Un personaje amado u odiado, sobre todo para los periodistas, a los que tanto desprecia pero que en él encuentran fuente inagotable de crónicas y comentarios. Un ser humano -aunque en ocasiones se esforzase en disimularlo- que ha protagonizado en menos de una década lo que generaciones enteras no han vivido ni experimentado.

Vivir demasiado aprisa tiene eso: que se acaba antes. Creo que esta vez, pese a lo inesperado del personaje, no me equivocaré demasiado si afirmo que, ahora sí, Sánchez es ya parte de esa Historia que luego cuentan los vencedores, que esta vez no van a estar en su bando, creo. Porque si, pese a todo, llegasen a estarlo, entonces sí que Pedro Sánchez pasaría a la Historia, al libro Guinness, al universo de la magia. Y, dígase lo que se diga, mago no es.