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Javier Olivera Pueyo: “Yo creo que podríamos ser felices casi en cualquier circunstancia”

El psiquiatra oscense y secretario de la Sociedad Española de Psicogeriatría destaca el suicidio como el sinsabor más duro de su profesión y cree contraproducente silenciarlo

Javier Olivera Pueyo: “Yo creo que podríamos ser felices casi en cualquier circunstancia”
Javier Olivera Pueyo: “Yo creo que podríamos ser felices casi en cualquier circunstancia”
R.N.

Va simepre con la sonrisa por delante, aunque dice tener también su lado melancólico. La asistencia es su gran vocación y demuestra facilidad para conectar con los pacientes, pero también disfruta con la docencia y con la divulgación. Javier Olivera (Huesca, 25 de abril de 1970) es el mediano de tres hermanos varones y una persona muy reconocida y galardonada por su profesión. Él, sin embargo, asegura que el mayor éxito de su vida es la presencia de su hijo, Marco.

Vivió hasta los 14 años en Zaidín. Sus progenitores, Joaquín y Ana María, ejercían como maestros en el colegio en el que, además, su padre era el director. "Trabajaban horas y horas, y en lo académico y laboral han sido un ejemplo fundamental para mi", señala. No fue sencillo ser hijo en casa y alumno en el aula, quizá por ello sus mejores recuerdos de infancia aparecen ligados a sus veranos en Huesca y Naval, el pueblo de su padre.

A los 14 años, fue a la capital altoaragonesa, a casa de su abuela Irene, para estudiar el Bachillerato. Recuerda el Lucas Mallada como "el paraíso" y sus amigos más íntimos los hizo en aquella "idílica" época.

Era un buen estudiante y un chico muy activo, hacía teatro, participaba en la revista del instituto y practicaba fútbol y baloncesto. El primer año en el Campus de Huesca de la Universidad de Zaragoza sacó todo matrículas de honor. Se hizo interno de Anatomía y tuvo profesores "muy buenos", como Juan Blas o Pilar Gros, entre otros.

En sexto curso, ya en el Campus de Zaragoza, sufrió una grave enfermedad neurológica de origen infeccioso, que a pesar de condicionarle no le impidió aprobar el MIR a la primera. Entonces, decidió hacer Medicina de Familia en Huesca y ver cómo evolucionaba su dolencia. "Fue una suerte porque había una unidad muy buena que dirigía Mariano Rodríguez Torrente y recibí una formación que me ha servido para siempre. Allí vi muchos pacientes psiquiátricos y empezó a gustarme mucho esa especialidad", recuerda.

Javier Olivera se presentó de nuevo al MIR y se decantó por este campo. De aquella época cita a Álvaro Monzón y Elvira Ventura cómo sus influencias más importantes, pero también a Carlos Latras o Miguel Ángel de Uña. Se instruyó entre el Hospital Psiquiátrico y el Provincial, y después de las transferencias pasó al Hospital San Jorge, adscrito al servicio de Psiquiatría que actualmente dirige Carmelo Pelegrín. Es también coordinador de salud mental del sector sanitario de Huesca desde 2006.

Ricardo Campos, profesor del Hospital Clínico de Zaragoza, dirigió su tesis doctoral, junto a Juan Blas Pérez, sobre Psiquiatría en ancianos hospitalizados, que leyó en 2002. Previamente, Olivera presentó un trabajo sobre este asunto en un importante congreso en El Escorial, donde fue premiado. Aquello fue determinante para él.

A finales de enero de aquel año fue a París con una beca. En el Hospital Sainte-Anne, uno de los mejores de Europa en psiquiatría, adquirió una visión más amplia de cómo abordar la especialidad, en conexión con la filosofía, la literatura, el arte, la psicología, la antropología y otras disciplinas. El oscense ha regresado en muchas ocasiones para impartir conferencias, cuando sólo especialistas franceses tenían ese privilegio.

Su primera plaza le puso en contacto con pacientes de Barbastro y Monzón, de los que guarda un buen recuerdo, y diseñó un hospital de día psiquiátrico para Fraga, que no se llegó a desarrollar. Después, ejerció en el Psiquiátrico de Huesca, el Centro de Salud Pirineos y el Hospital San Jorge. En este último, fue tutor de residentes y en 2011 formó parte del grupo que creó la Unidad de Psicogeriatría, con José Galindo y Almudena Pueyo. "Había un vacío en la psiquiatría para mayores y ahora es de las más prestigiosas de España, hasta tal punto que viene a Huesca gente de todo el país a formarse", afirma orgulloso de pertenecer a ese equipo.

Olivera es también profesor de un Máster de Psicogeriatría en la Universidad Autónoma de Barcelona desde hace quince años y ha dirigido varias tesis doctorales. Desde hace ocho, pertenece a la Directiva de la Sociedad Española de Psicogeriatría y en 2017 fue nombrado secretario. Muchos altoaragoneses le conocen como un gran comunicador. "Me siento natural cuando digo las cosas y creo que la gente lo percibe -admite-. A los psiquiatras se nos ve como los brujos de la medicina y por eso creo que es importante contar lo que hacemos".

Sus primeras charlas versaban sobre la inteligencia emocional y desde hace un tiempo se centran en el concepto filosófico de la felicidad. "Sinceramente, creo que podríamos ser felices casi en cualquier circunstancia, pero vivimos una vida acelerada que no nos deja tiempo para pensar. ¿Quién o qué tiene derecho a amargarnos la vida, si podemos elegir cómo tomarnos las cosas? Yo también tengo mis problemas, pero quizá aquel año enfermo me sirvió de mucho. Cada vez que me levanto de la cama y camino pienso que tener la vida ya es una bendición".

Los grandes psiquiatras existencialistas como Victor Frankl o Irvin Yalom, y escritores como Albert Camus han sido fundamentales para él, al igual que la lectura, la música, el arte y la belleza en todos los ámbitos, que son sus grandes aficiones. "La psiquiatría es muy amplia y tiene eso de emocionante, que te conecta con muchas ramas del conocimiento", reflexiona.

Considera el suicidio el sinsabor más duro de su profesión. "A pesar de los planes de prevención, los casos siguen aumentando. Se intenta ocultar, porque existe el fenómeno del "contagio", pero también es contraproducente hacerlo, porque se estigmatiza y las familias y los profesionales no pueden hacer bien el duelo, que siempre es largo y complicado en estos casos", explica.

Javier Olivera ha tenido posibilidad de trabajar fuera de Huesca, pero siempre ha apostado por su ciudad. Subraya el buen nivel de los servicios que hay relacionados con la salud mental, pero defiende que podría existir una mejor organización. "El hecho de vivir en una ciudad pequeña debería facilitar las cosas, pero se está centralizando todo cada vez más en las grandes capitales solo porque resulta más barato. También echo de menos el reconocimiento del San Jorge como hospital universitario".