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ALTO ARAGÓN

Cazadores en redes: una afición con estigma y casi sin relevo generacional

Eva y Daniel se conocieron entre cubos y palas en la playa y se enamoraron cazando. Hoy, promocionan la caza tradicional en su cuenta de Instagram

Eva Lafragüeta es una de las pocas mujeres cazadoras.
Eva Lafragüeta es una de las pocas mujeres cazadoras.
E. L.

Mucho antes de poder conducir o votar, Daniel y Eva ya habían disparado con una escopeta de caza.

Él apenas había terminado Infantil cuando acompañó a su padre a cazar por primera vez. “Tenía seis o siete años”, confiesa Daniel Ruiz, un cazador de Larrés que con 10 años -esa tierna edad entre cromos de La Liga y playmobiles- ya estaba acostumbrado al sonido de un disparo.

Su novia, Eva Lafragüeta, tardó un poco más en vestirse de camuflaje y salir al monte. Pero a los 15 años ya tenía licencia de armas. “En cuanto pude, no dudé en sacármela”, matiza.

Daniel  Ruiz empezó a acompañar a su padre a cazar con seis años.
Daniel Ruiz empezó a acompañar a su padre a cazar con seis años.
D. R.

Aunque se conocieron haciendo castillos de arena en Cambrils a raíz de la amistad de sus padres, su relación empezó en casa, en el Alto Gállego, entre rifles, almuerzos y chalecos fluorescentes. Y fruto de ese amor -también por la caza- nació @big.hunters.spain, una cuenta de Instagram que después de cuatro años acumula casi 15.000 seguidores. Con ella, buscan “visibilizar la caza tradicional y de alta montaña que es a lo que nos dedicamos. Mostrar cómo es la caza social que es muy distinta a la comercial”, explica Daniel.

Su forma de practicar la caza no entiende del afán por coleccionar trofeos en una pared. “En diez días que sales en un mes te vuelves, uno, dos o tres, con mucha suerte, a casa con algo”, aclara Eva. Además, intentan “que el animal sufra lo mínimo posible”.

Su satisfacción no está en el disparo de la bala sino en el camino que recorren hasta decidir si apretar el gatillo. “Tu puedes estar detrás de un corzo siete años”, aclara Daniel. “Tienes que comprobar que haya cumplido su misión: que haya dejado descendencia, buena genética, que haya tenido opción de criar...”, explica. “Te sientes un poco gestor de la naturaleza por decidir que a ese corzo de ahí en adelante lo único que le puede pasar es contraer enfermedades, contribuir a la superpoblación y que se degenere la especie... -continúa- Lo haces para que los siguientes puedan tener la misma calidad de vida”, concluye convencido.

Cazar, para ellos, es sinónimo de “armonía”. Es un domingo con amigos entre las montañas que les vieron nacer, disfrutando de la afición que aprendieron en casa. “Nunca nos lo han impuesto”, bromean. Cuando era adolescente, un día Eva dijo: “Oye papá, quiero acompañarte a cazar”. Hoy, Daniel y ella promocionan este modo de vida.

Aunque con el desgraciado caso de Melania Capitán en la memoria, parece arriesgado enseñar tu modo de vida al mundo. “Nos decían muchos insultos, hasta asesinos. Todo lo que te puedas imaginar”, confiesa Daniel. “Aunque más al principio que ahora y en casos muy puntuales”, explica Eva.

No son muchas las que se animan a sujetar una escopeta. Y los ciberacosadores se ceban con ellas. “Hay mucha gente que cree que la mujer no está preparada para cazar y que si tiene una cuenta es para vender”, considera Eva. Aunque ella dice que siempre se ha sentido “muy a gusto”. “Me han acogido siempre muy bien. No me he sentido discriminada”. Su novio bromea: “Yo creo que aquí pasa todo lo contrario, ja ja ja”. “Nos llevan en palmitas”, termina ella.

Tampoco es común ver caras tan jóvenes en un día de rececho. Alguno de los compañeros de esta pareja de cazadores roza ya los 80: “No hay casi relevo generacional”, lamenta Daniel. Considera que también “han hecho mucho daño las trabas administrativas: los requisitos para sacarte una licencia de armas de caza, los trámites. Y que es una afición cara”. Para Eva hay otra razón: “Aunque no lo parezca hay que trabajársela”. “Hay gente que se cree que es disparar, te vas a tu casa y te tomas un cubata”, matiza Daniel.

En su proceso de mimetizarse en un entorno que veneran, hay mucho más que seguir y dar caza a un animal: “Limpiamos cortafuegos, arreglamos pistas y senderos, mantenemos los accesos a los montes”, explican.

Poner el ojo detrás de la mira y disparar a la pieza es el momento cúspide de un proceso que ha podido durar años. Aunque saben que hay quienes no ven más. Quienes tras la mira del estigma sólo ven la falta de empatía de un asesino. “Hay gente que lo critica y solo ha pisado asfalto”, censura Daniel.

Aunque no siempre es fácil confesar esta afición: “Hay veces que no digo que cazo hasta que tengo confianza. No sabes por donde te van a salir”, confiesa Eva.

Recalcan afición. Su cuenta no busca ganar dinero. “Queremos que la caza sea bien vista”, explica Eva. “Vivir de la caza significaría que la caza social, que es lo que nos gusta, se ha acabado”, sentencia Daniel.

Sobre el Proyecto de Ley de Bienestar Animal

Ambos consideran que la reciente propuesta del Gobierno de Sánchez y que afecta a la caza “es un atraso y un sinsentido. Toda la vida se han podido criar perros sin ningún problema y no han tenido edad para comenzar o finalizar la actividad. Estamos seguros de que un perro es mucho más feliz cazando que en la ciudad en un carro. Nosotros somos los primeros que nos desvivimos para que tengan calidad de vida, pero no se puede humanizar a los animales porque no es esa su naturaleza”.