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COLABORAN: CAJA RURAL DE ARAGÓN Y DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE HUESCA

De predecir el tiempo a encontrarlo para crear entre el cereal de Tabernas

#CONTRALADESPOBLACIÓN

Ana Escar
Ana Escar
Pablo Segura

Él sabía pronosticar las nubes’. Con este sugerente título de una serie de collages, Ana Escar Puisac reflexiona sobre la naturaleza y, en concreto, hace un guiño a su padre, agricultor de Tabernas de Isuela, barrio rural de la capital oscense en el que la artista se crió entre tractores y cereal y adonde ha vuelto a crear. Una tarde bajo nubes negras, y mientras ella pensaba que iba a descargar una fuerte lluvia, su padre acertó con el pronóstico de que Tabernas se iba a librar. Tras abrir su taller hace unos años en la ‘habitación caliente’ de la casa, sobre el horno de la panadería de sus abuelos, quizá ahora ya sepa pronosticar las nubes, pero lo que es seguro es que estas le inspiran y le han devuelto tiempo para crear.

En la paz de este barrio rural y en plena conexión con la naturaleza, Ana Escar ha encontrado el lugar para desarrollar su trabajo, pero también una ventana desde la que se asoma a la vida rural y conecta con vecinos de otras generaciones. Y esto es tan metafórico como real, porque la ventana de su estudio ha vuelto a recuperar la función social. Los vecinos saludaban por ahí a su abuelo y ahora lo hacen con ella.

Se conocen todos, cómo no, porque son 32, según los datos del padrón a 1 de enero de 2023 del Ayuntamiento de Huesca, aunque la realidad -como sucede en tantos y tantos pueblos- es que a diario duermen una veintena. La población de Tabernas de Isuela ha caído desde el año 2000, con 55 vecinos, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, hasta los 32 actuales. Es uno de los barrios rurales de menor población, solo por encima de los 22 habitantes de Fornillos.

Ana Escar, entre algunas de sus obras en su taller de Tabernas del Isuela.
Ana Escar, entre algunas de sus obras en su taller de Tabernas del Isuela.
Pablo Segura

El más poblado es Apiés que, con 96 empadronados, registra la cifra más alta en este siglo, igual que sucede en Cuarte, con 90 vecinos; y en Huerrios, con 71. Banariés, con 49, nunca ha superado esta cifra desde el año 2000, aunque se mantiene muy estable. Tampoco ha variado en exceso la población en Buñales (40), cuyo máximo desde el 2000 ha sido de 42, o Bellestar del Flumen (35), que llegó a contar con 43. Estos datos hablan de que hay muchos núcleos también junto a una capital.

Ana Escar fue de las últimas alumnas de la escuela, donde ya solo pudo cursar infantil. Continuó en Huesca, pero vivió allí hasta que a los 18 años se fue a estudiar Bellas Artes a Barcelona. Tras trabajar en el Macba, se marchó a Málaga al departamento de registro del Museo Pablo Picasso, pero “un pico de estrés” y la constatación de la imposibilidad de realizar obra, la devolvió a sus orígenes. En principio, se planteó seis meses, pero decidió quedarse. “Hasta entonces trabajaba alguna vez en casa, pero la producción era mínima, y decidí apostar por el arte, desarrollarme a nivel artístico a tiempo completo y ver qué había dentro”, explica.

El año pasado combinó su tarea creativa con la dirección de un taller de empleo en Canfranc Estación y ahora, de nuevo, continúa con su obra, preparando una exposición para el CDAN. “Vivir en el medio rural no es incompatible con que puedas vivir del arte, pero sí que es mucho más difícil al estar alejado de los circuitos artísticos y el esfuerzo se duplica. En mi caso, yo aposté por tener tiempo para dedicarlo a lo que realmente me gusta y vivir de otra manera”, comenta. “Para mí el contacto con la naturaleza era muy importante. La naturaleza es paz y yo tengo que crear desde la calma y serenidad”, comenta esta artista que combina pintura, collage e instalaciones.

“Mi obra está muy ligada a sentimientos y reflexiones sobre cosas que nos pasan a todos. Ahora estoy trabajando mucho alrededor de la naturaleza, lo que nos despierta, nos regala, nos nutre... sobre la necesidad que tenemos de estar en ella y la consciencia que nos da de lo importante, lo básico. El ‘estar’ es muy importante, porque vivimos en una sociedad que, si no te das cuenta, nos arrollamos unos a otros, con las prisas y el todo para ayer. Ser más consciente del tiempo”, explica desde su taller.

Por su ventana, asoman en ocasiones sus vecinos Mario y Elena. Este matrimonio formado por un italiano y una aragonesa cambió su residencia habitual en la capital oscense por Tabernas de Isuela, donde rehabilitaron una casa en ruinas desde la que apenas alargan la mano y ya se pueden coger la lechuga o el perejil del huerto.

“Venir aquí no fue una sorpresa por la tranquilidad, el silencio, la luminosidad, sino la confirmación de lo que ya sabíamos, que íbamos a encontrar un recodo de paz. Huesca no es una ciudad grande y es mucho mejor para una familia con niños que muchas otras, pero ya tiene los típicos ruidos del camión de la basura, de la gente que sale de fiesta... En Tabernas no tienes esos ruidos y es una sensación muy agradable de tocar suelo, de salir por la puerta y encontrarte con un jardín o un huerto”, indica Mario, a pesar de que no era nuevo para ellos, porque siempre habían tenido campo, huerto, árboles... pero se tenían que desplazar.

Ahora, a apenas 10 kilómetros de las cuatro esquinas, Mario explica que la realidad de Tabernas es muy distinta a la de otros pueblos próximos a la capital oscense. “Aquí no se han construido adosados, son las personas que siempre han estado, no ha habido mucha renovación de gente. Nosotros fuimos los primeros en llegar en muchos años”, comenta, aunque ahora hay algunos más. Al mismo tiempo, recuerda que con el ‘boom inmobiliario’ comenzó a haber movimiento para reservar terrenos para construir, pero con la crisis se volvió a la tranquilidad de antes. “No desearía que hubiera adosados, pero sí que las casas se rehabilitaran porque no es más caro renovar una que comprar una nueva”, asegura.

“Estoy tan contento que se lo recomiendo a cualquiera. La gente que llegamos a estos pueblos, entendiendo por pueblo lo físico y lo humano, intentamos entrar con cariño y nos sentimos muy bien”, concluye, mientras destaca la calidad de los paseos con sus hijos y nietos cuando les visitan.

En este sentido, “se tendría que repensar el modelo de vivienda en los pueblos para que las casas grandes, donde antes vivían familias vinculadas a la agricultura y a la ganadería y necesitaban espacios físicos muy grandes, se puedan readaptar. Y creo que la palabra readaptar tiene bastante importancia para poder alquilarlas o venderlas y así potenciar el que venga más población a nuestros pueblos. Tiene que haber una apuesta, no sé de qué manera, para que las casas estén abiertas”, asegura Ana Escar.

Además, aboga por que “independientemente del público que se tenga, se haga énfasis en que surjan actividades culturales intergeneracionales en los pueblos. Hacer intercambios sociales facilita que conozcas las necesidades de las otras personas y eso une”, recalca. “El pueblo en sí tiene que trabajar para que venga gente, que se hagan actividades y que pasen cosas”, expone, mientras recuerda que una actividad cultural para niños llevó hace unos años a 200 personas, algo que no había visto desde que era niña. La ventana de Ana Escar sigue abierta. Y mira las nubes. Y pronostica que traen tranquilidad. Y crea.