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DE CERCA

Raúl Huerva: “No hay nada peor que pasar por la vida totalmente desapercibido”

Raúl Huerva
Raúl Huerva
M. B.

De Pallaruelo de Monegros, compagina la docencia de la música con ser técnico agrícola, además de tener una licenciatura en Filosofía y Letras. Ha sido miembro del Grupo Aires Monegrinos, músico del Ballet Baluarte Aragonés de Zaragoza, colaborador de Elenco Aragonés, profesor y colaborador en escuelas de música del Alto Aragón, miembro fundador del Cuarteto de Pulso y Púa A capricho, además de director y profesor de la Rondalla de la escuela de Jota de Sariñena y de la Agrupación de Pulso y Púa Ensemble Monegros y bajista y arreglista del Trío de Jazz Agunde.  

¿Cuál es el emoticono que define su personalidad?

—La cara con las estrellitas en los ojos… es muy buen síntoma.

Genio y figura. ¿Se identifica?

—Totalmente, aunque en su medida. No hay nada peor que pasar por la vida totalmente desapercibido.

¿A quién le daría el premio nacional de gastronomía altoaragonesa?

—A Juanjo Escanero, del Hotel Sariñena, me hace unos piquillos rellenos de morcilla de “chupa y domine”.

¿La inmigración es una bendición o una necesidad?

—No son opuestas, sino complementarias. Para el que migra, puede ser una bendición por necesidad. Para el que la recibe, también.

¿Por quién doblan las campanas? (un recuerdo en positivo)

—Indudablemente por mi tato Toñín (Antonio Torres). Los ensayos resacosos de domingo por la mañana después de unos huevos con chorizo quedan para la posteridad.

¿A quién le haría usted sin dudarlo la reverencia?

—A Cristina, mi mujer.

¿Usted ha comprobado alguna vez si un “ebook” huele a las delicias del libro de papel?

—Nunca. La primera vez que vi la palabra esta pensé que eran los bichos simpáticos peludos de La guerra de las Galaxias. Me gusta tener la capacidad de pasar página.

¿A palabras necias, oídos sordos, la otra mejilla o mamporro –dialéctico-?

—Siempre con mucho respeto, hay que emplear las maravillas de nuestro lenguaje, el castellano.

¿Es usted más de esperar o de reaccionar a las primeras de cambio?

—Pues ahí sí que soy de “ni chicha ni limoná”, pero me declino fácil. Uno ya no se desgasta tontamente.

¿Orgullo altoaragonés y/o cosmopolitismo planetario?

—Ambas dos, pero paseando con gracia el primero por el segundo.

¿Cuántos instrumentos musicales domina?

—Dominar, dominar con los que puedo decir lo que yo quiero, unos seis en total. Pero, en general, “me dominan todos a mí”.

¿Cuál es su preferido de todos ellos?

—Indudablemente mi bandurria, aunque el bajo viene detrás, ya que lo veo por el retrovisor...

¿Cuál es el que más satisfacciones le ha traído?

—Mi bandurria, indudablemente. Hay cientos de momentos que no hubieran sido posibles sin ella.

Su momento intenso y feliz en el mundo de la música.

—Con el Cuarteto A capricho, en las Fuente de Montjuic, cuando fuimos teloneros del tenor José Carreras. Hubo otro con 14 años en un Teatro en Ginebra, o Lausanne, no recuerdo. Había 1.500 personas y yo solo veía los puntitos de las bombillas de las salidas de emergencia en 7 u 8 pisos sobre el fondo negro. Parecía el cosmos...

¿Cuál es la primera experiencia que recuerda con la música?

—La primera vez que Pedro, mi primer profesor de música, me cogió con cinco años y una guitarra en Pallaruelo, mi pueblo. Era invierno, e iba con mi guitarra nueva que escasamente me asomaba el hocico por arriba.

¿Tiene a alguien de su familia músico o aficionado a la música?

—Tengo a mi hija Adriana que también toca guitarra, bajo y piano, y mi tía Teresa tiene buena voz. Aunque el mejor es mi padre, que canta unas rancheras de miedo.

¿Qué sería de nosotros sin música?

—Lo mismo que sin penicilina, pero la música no se receta. Tienes que tener la suerte de saber que la necesitas o que te la encuentres por casualidad. Hay un tema para todo. Menos mal que está inmanente en muchos sitios de nuestro alrededor y la absorbemos como cuando nos engañan con la medicación metida en la comida.

¿Qué tocaría o escucharía para consolarse?

—Un tango de Piazzola.

¿Y en un momento de euforia?

—El Black dog, de Led Zeppelin.

¿Qué es exactamente lo que puede hacer la música por este mundo?

—Moverlo, por supuesto, y dar ejemplos. En el blues, “menos es más”. En el funky, se está al servicio de la banda. En el jazz, todo es pactado y tiene un desarrollo ordenado, pero libre. Es cuestión de perspectiva.

¿Alguna anécdota que nos pueda contar?

—La primera vez que metí tres o cuatro giros de variaciones de jota en unos solos de bajo de unos standards de jazz durante un concierto, flipaban como si hubiera inventado la sopa de ajo...

¿Con qué artista le gustaría componer una canción?

—Con Falla y Freddie Mercury, merendando unas magras en la cocineta de casa.