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El sueño del suizo de Pano crece treinta años después multiplicado por cuatro

#CONTRALADESPOBLACIÓN

Kurt Fridez (izquierda) con Simón y David Fridez, dos de sus cuatro hijos. Todos nacieron en Pano y, después de estudiar, han regresado y trabajan en la rehabilitación del pueblo en paralelo a su desarrollo turístico.
Kurt Fridez (izquierda) con Simón y David Fridez, dos de sus cuatro hijos. Todos nacieron en Pano y, después de estudiar, han regresado y trabajan en la rehabilitación del pueblo en paralelo a su desarrollo turístico.
Elena Fortuño

El suizo Kurt Fridez devolvió a la vida al recóndito núcleo grausino de Pano cuando decidió apostar por sus ruinas en 1989 y traer allí al mundo, junto a Sylvia Aechbacher, a sus cuatro hijos. Dos décadas después, Simón, David, Luca y Michael regresaron a Pano para llevarlo al futuro impulsando un proyecto turístico sostenible y de calidad, que ha despegado hace algo más de un año con el exclusivo restaurante L’Alcina, compatible con el objetivo primigenio de Kurt de rehabilitación del pueblo que sigue a través de la Fundación Pano, creada y presidida por el padre y donde participan sus vástagos.

“No estaba previsto que volvieran ni que emprendieran este proyecto. Pero deben tener un futuro en Pano, donde nacieron”, asegura orgulloso el suizo que, a punto de cumplir 80 años, se confiesa “inmensamente feliz” en este enclave tan especial rodeado de una naturaleza sobrecogedora y la espiritualidad de cuatro espléndidas ermitas, el templo budista de Panillo y Torreciudad. “Pano tiene que seguir siendo Pano. El pueblo tiene todavía mucho potencial, mucho margen para crecer, pero con unos estándares de calidad y respeto al medio ambiente. El cariño que le tenemos a Pano no nos permitiría destrozarlo”, confiesa Simón, quien avanza que L’Alcina se completará en el futuro con alojamientos exclusivos y un albergue.

“Antes de llegar a España, había estado buscando en Francia, pero llegamos 10 años tarde”, recuerda Fridez remontándose a mayo de 1988 cuando “el destino” lo trajo a Pano. “Vinimos en tren hasta Girona, con Sylvia, la madre de mis hijos, y atravesamos el Pirineo en bicicleta, cada día un collado. Habíamos estado tres días en Aiguestortes y llovía todo el rato y nos dijimos, ‘esto no es España, hay que ir un poco más al sur’. Así, nada más alejarnos un poco, encontramos pleno sol y calor. Llegamos a Graus, hicimos compras, fuimos al banco, pero queríamos montaña, así que decidimos volver a subir, esta vez por el Ésera. Pero a poco más de un kilómetro de Graus, vimos un desvío a la izquierda y nos pusimos por allí. En Panillo, pregunté, miré el mapa y pregunté qué había en Pano. No quedaba ni un perro, pero miré la silueta de la peña, de las casas, todas en ruinas y, en dos minutos, me dije, esto es para mí”, recuerda emocionado.

Durante años, Kurt compaginó su trabajo en una empresa de fontanería y construcción en Suiza con la rehabilitación de Pano, yendo y viniendo en un esfuerzo físico y económico aún mayor de lo que pensó al principio, pero que volvería a hacer. “Las zarzas, los árboles, las ruinas no dejaban ni pasar a Pano. Dormimos en la ermita de San Antón y, al día siguiente, bajé con la cámara de fotos, una libreta y me dije, ‘mira, Kurt, en 10 años lo tendrás todo arreglado’. Y resulta que en 30 no tengo ni la mitad”, comenta entre risas llenas de plenitud y verdadera felicidad. “Es una obra sin fin, pero me noto en el paraíso. Después de 30 años, lo volvería a hacer. No estaba previsto que mis hijos se sumaran al proyecto. Tenía dudas porque otra gente me decía que hoy solo funciona lo barato, no lo exclusivo, pero los hijos tenían buenas ideas y ha funcionado mejor de lo que pensábamos porque han visto que esto es el paraíso, no solo un restaurante”.

De la docena de casas de Pano, Kurt es propietario de algo más de un tercio, entre ellas de la iglesia de San Miguel, ubicada en el extremo del espolón rocoso del que emerge el núcleo, y la abadía anexa, donde ultima su espectacular residencia. “La iglesia fue la primera que vendió el Obispado. Le expliqué al vicario que no íbamos a hacer un bar, que siempre íbamos a hacer algo con la cultura y la espiritualidad”, explica Kurt, que se define como una persona religiosa y vive en armonía con todos los credos que le rodean. “La iglesia será para conciertos de Clásicos en la Frontera y otros de música clásica, teatro, exposiciones, será un centro para el desarrollo humano. Sirve como iglesia pero está abierta a todas los religiones pacíficas, sin violencia y sin extremos”, dice absorbiendo la paz que se respira en Pano. “Con los budistas tengo muy buena relación y también con Torreciudad, ellos están especializados en la buena música”, comenta mientras recuerda emocionado la calurosa acogida que recibió en la zona. “Cuando llegué a Pano, los vecinos me ayudaron mucho, ha sido una maravilla”, apunta agradecido.

La iglesia de San Miguel de la localidad es propiedad de Kurt Fridez, la primera que vendió el Obispado de Barbastro-Monzón.
La iglesia de San Miguel de la localidad es propiedad de Kurt Fridez, la primera que vendió el Obispado de Barbastro-Monzón.
Elena Fortuño

Del resto de propietarios de Pano, le preocupa que alguno está dejando caer sus casas, una situación que Kurt ha puesto en conocimiento municipal ante el peligro que supone para su familia y los visitantes. “Hay algunas casas que no son de nadie. Yo no quiero fomentar la especulación. Yo no vendo ni compro. No me gusta. No he venido a Pano con ningún interés económico. Trabajo desde la Fundación y todo nuestro trabajo es gratis. No tenemos beneficios, todo se reinvierte. Tuvimos una ayuda con los paneles solares, de fondos europeos, y eso ha sido todo”, especifica.

Ansioso por terminar la abadía, y disfrutar del espléndido mirador, Kurt sigue en activo desafiando a la edad y el tiempo. “Ahora tienen que hacer más los hijos. En un par de semanas cumplo 80 años, pero en Pano el tiempo se para. No hay tiempo de envejecer si estás trabajando”, asegura mientras nos cuenta la caída en bici de la víspera, haciendo toda una alegoría vital. “Ayer me caí, pero hoy va mejor. Hay que saber caerse y levantarse también”. Kurt se centra sobre todo en las labores de rehabilitación, ayudado por sus hijos David -experto carpintero y artista de la piedra- y Michael, “aunque todos ayudan cuando hace falta”. A nivel constructivo, lo prioritario es acabar la iglesia, la abadía, la escuela y el albergue. Respecto al aparcamiento, invita a la gente a dejar el coche en La Collada y caminar, “pero solo lo hace el uno por ciento”, lamenta.

Respecto a que llegue a Pano una tercera generación de Fridez, se muestra escéptico. “Tuve mi primer hijo a los 51 años, bastante mayor. Yo creo que somos demasiados en la tierra. Hay demasiados hijos y por eso el covid. Hemos manejado mal el planeta porque somos demasiados. Aún así, estoy feliz en Pano y, cuando vives con felicidad, también puedes darla”, concluye Kurt, henchido de orgullo de no remar solo en Pano.

La terraza de la brasería L’Alcina.
La terraza de la brasería L’Alcina.
Elena Fortuño

La Brasería L’Alcina, la punta del iceberg

Cada tres meses, estaba un mes en Suiza, administraba los negocios familiares allí, pero su actividad principal era la rehabilitación de Pano. Tenía el albergue, dieron comidas con mi madre un tiempo. En realidad, quería enfocarlo al turismo, pero no sabía cómo. Se centraba más en construir que en explotarlo. Le gustaban las obras y el resto era secundario”, resume Simón, formado en hostelería y con el grado de Turismo, que fue quien empezó a aportar un nuevo enfoque para Pano.

“Yo llegué en 2013. Empezamos a valorarlo y mi padre, al principio, no quería hacer nada, pero en verano de 2014, nos lanzamos a hacer algo. Hablé con David, él estaba en Suiza con Luca y se vino. Teníamos la base del restaurante y, con David, empezamos a montar las estructuras de madera”. En los años siguientes, los trabajos se intensificaron de cara a impulsar, al margen de la Fundación, el proyecto empresarial.

Hicieron el restaurante, las terrazas, los baños, la ampliación del parking y, más recientemente, aunque todavía no se han abierto al público, cuatro habitaciones dobles con baño y un apartamento. Durante el confinamiento, acometieron la remodelación del albergue, donde habrá 30 plazas. De momento, y pese a que la covid-19 les sorprendió a los pocos meses de abrir, está en marcha desde agosto de 2019 la Brasería L’Alcina, con mejor respuesta de la esperada.

“Empezamos con una carta sencilla que ha ido a más. La covid, como estábamos empezando, nos permitió perfeccionar la oferta y, aunque no le ha ido bien a nadie, como es un sitio apartado y con mucho espacio exterior, este verano hemos trabajado el doble que el anterior y en Semana Santa, por ejemplo, hemos estado a tope”, comenta Simón. Las restricciones sanitarias han reducido a 11 las 38 plazas del comedor interior, mientras se pueden mantener las 60 personas en el exterior, en dos amplias terrazas.

“Hemos aprendido y nos hemos hecho al sitio. Vamos cambiando platos. David se encarga más de la parte de las obras, mientras que Michael trabaja la cocina fría, entrantes, ensaladas y postres y Luca, desde la temporada pasada de verano, está de camarero”, resume aludiendo al carácter familiar del establecimiento que, en épocas punta, amplía la plantilla hasta 7 personas. “Hasta ahora, lo hemos llevado la familia. Todo lo que se recauda con el restaurante lo reinvertimos para albergue. Vamos a cerrar una terraza con acristalado, se trata de seguir mejorando”, avanza Simón, para quien crecer no significa abandonar los estándares de calidad, medioambientales y de respeto a la arquitectura tradicional. “No queremos masificarlo para que no pierda la esencia. Al final, hay cosas que se podían haber hecho más barato, pero se han hecho con más respeto porque le tienes un cariño al sitio que no quieres destrozarlo. Pano tiene que seguir siendo Pano. El pueblo tiene todavía mucho potencial, mucho margen para crecer”.

Hasta la llegada de la covid, la mitad de los clientes eran catalanes, pese a que incide en que el nombre del restaurante, “l’alcina” es con c y no con z, como en catalán, y está tomado del aragonés antiguo. “Había ya otros llamados ‘carrasca’ en la provincia y queríamos darle el nombre de la encina milenaria a la que está orientado el restaurante”. Tras los cierres perimetrales, está yendo mucha gente de la zona y toda la provincia y, últimamente, también de Zaragoza. Muchos aprovechan para visitar Graus y el templo budista, mientras que los hay que disfrutan de las magníficas rutas de senderismo de Pano.