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Ángel Mas Portella: “Mi padre se emocionaría si viera a tres nietos al frente del negocio”

Fundador del icónico Piscis, que festeja este año su 50 aniversario, emprendedor de varios establecimientos de hostelería y presidente del Grupo Más Farré, repasa su dilatada ejecutoria

Ángel Mas Portella: “Mi padre se emocionaría si viera a tres nietos al frente del negocio”
Ángel Mas Portella: “Mi padre se emocionaría si viera a tres nietos al frente del negocio”
F.J.P.

El Grupo Mas Farré de Monzón festeja este año el 50 aniversario del restaurante Piscis, el icónico local de la plaza Aragón que por muchas razones supuso un antes y un después en la red hostelera de la ciudad. El presidente de la empresa, Ángel Mas, recuerda: "Lo pusimos en marcha mis padres, Manuel y Encarna, y yo. Echamos el resto. Queríamos una cafetería moderna y "rompedora" y lo conseguimos. Invertimos cinco millones de pesetas de las de entonces. Mis padres eran valientes". En 1969, el Piscis representó la culminación de la aventura hostelera de la familia llegada de La Puebla de Castro. Manolo y Encarna regentaron una taberna en la plaza de San Juan, y luego el bar Jauja (después Rivas y hoy 4 Esquinas) y la Pista Florida, que daba juego para grandes banquetes y bailes con orquesta.

Ángel cuenta: "Con veintitantos años le dije a mi padre que Monzón se me quedaba pequeño, que quería hacer algo especial. Me frenó, me dijo que esperase un poco y le dimos alas al proyecto del Piscis. El alquiler de los locales de Pardina nos costaba 15.000 pesetas al mes, cuando entonces se pagaban mil o poco más por el local de un bar. Los agoreros dijeron que no sacaríamos ni para cubrir ese gasto. Pues bien: en poco más de un año amortizamos la inversión, algo que no me ha vuelto a ocurrir en ningún otro negocio".

Los números del hostelero tienen fácil explicación: el Piscis funcionaba de seis de la mañana a medianoche y hasta altas horas de la madrugada los fines de semana. "Llegaron a trabajar a la vez siete camareros y dos cajeras que se relevaban. Se daban cafés, desayunos, vermús, comidas, cubatas... Y había terraza, y también un "boite" en el sótano que en aquellos años fue un bombazo. Era la época en la que el montaje de las fábricas movía a mucha gente. Monzón hervía", rememora.

El Piscis sorprendió con la barra de acero inoxidable, el aire acondicionado, las luces indirectas y, al cabo de unos meses, con una puerta de entrada "como la de los aeropuertos". Ángel las vio en un viaje a Barcelona y se le puso en la cabeza que quería una para el Piscis. La puerta que se abría automáticamente al acercarse a ella dejaba estupefacta a la chiquillería y no pocos adultos.

En 1972, los empresarios se hicieron con la propiedad del local y al poco tiempo se embarcaron en la aventura del Piscis-2, la discoteca que nació de la renovación del "Ciempiés". Ángel detalla: "Era la continuidad del proyecto. Mi padre se mostró reticente al principio, pero enseguida le convencí, y mi madre, siempre apoyando. El Piscis-2 tuvo una década prodigiosa, y entró en el ocaso cuando abrieron la Chrysalis en Binéfar".

No es Ángel de esas personas conformistas que llegadas a un punto de confort se dedican a verlas pasar. En 1983 (el Piscis seguía en su línea de éxito), se lanza otra vez al ruedo, renueva el Piscis-2 de arriba abajo y abre la discoteca Clash, la cual "rompió la pana" durante veinte años bajo su dirección.

"Al igual que pasó con el Piscis, la gente de Monzón y la redolada abrazó la Clash. Se vivieron sábados y domingos inolvidables. Una parte del escenario se elevaba. Hicimos concursos, sorteamos un coche, organizamos viajes a Ibiza...".

¿Alguna experiencia negativa? Ángel solo recuerda una y la explica así: "Nunca tuve miedo ni a las inversiones ni a los precios ni a la competencia ni a los bancos, pero sí a los gamberros, a esos aguafiestas que con un trago de más se cargan un ambiente y te hacen polvo una sesión. Un día, antes de abrir la Clash, descubrí las agencias de seguridad... y se me abrió el cielo. Ya tenía el problema resuelto. Ya podía olvidarme de los quinquis y dedicarme a lo mío".

Al veterano hostelero le duele que hoy en día se sucedan las altas y las bajas en el sector a un ritmo endiablado. "La crisis ha hecho mucho daño -considera-. Me fastidia que no haya continuidad en los proyectos. Por otro lado, me da la impresión de que en la sociedad hay mucha tirantez. Falta un poco más de alegría, soltura, ganas de divertirse en un ambiente distendido, charlar... No sé, tal vez los nuevos tiempos sean así".

Ángel no esconde el orgullo que le causa el hecho de que en su casa sí se ha perpetuado la saga profesional. José, Javi y Juan, tres de sus hijos, se reparten el trabajo del Piscis, el flamante hotel de cuatro estrellas MasMonzón y un extraordinario servicio de cáterin de bodas y eventos de toda índole con un amplísimo radio de acción, incluso más allá de la provincia. "Mi padre se emocionaría si viera a tres nietos al frente del negocio", apunta.

Al mencionar el hotel, sonríe y explica: "Cuando abrimos hace siete años, todavía con la crisis coleando con fuerza, nos pasó como con el Piscis, que muchos no apostaban por nosotros. Hemos trabajado duro y el barco sigue adelante. Esta profesión es dura, pero también te da buenos momentos y un montón de amigos. El famoso tema de los horarios se resuelve con flexibilidad: si un camarero ha trabajado dos fines de semana, dale fiesta el tercero".

El montisonense de La Puebla de Castro aporta una última consideración: "Todo se resume en vocación y buen servicio. Un cliente bien atendido siempre será tu mejor embajador.