Somontano

José Luis Pueyo Jiménez: “Me reencuentro, por tercera vez, con Ribagorza desde Campo”

Tras quince años en Santa Clara, en Cuba, ha recuperado la esencia propia de los sacerdotes en el medio rural

José Luis Pueyo Jiménez, párroco de Campo.
José Luis Pueyo Jiménez, párroco de Campo.
Á. H.

JOSÉ LUIS PUEYO Jiménez, natural de Monzón, ha realizado su labor misionera durante 15 años en Santa Clara, en Cuba. De regreso a la diócesis de Barbastro-Monzón, es párroco de Campo y su grupo (Beleder, Aguascaldas, Egea, Espluga, Foradada del Toscar, Llert, Murillo de Liena, Navarri, Santa Maura, Senz, Serrate, Vilas del Turbón y Víu).

Al cabo de mucho tiempo, ha recuperado la esencia propia de los sacerdotes diocesanos en el medio rural. En sus inicios, fue párroco en Capella y Roda de Isábena antes de partir a Cuba por petición personal. José Luis Pueyo está entre los sacerdotes que se incorporaron a la nueva Diócesis por la aplicación del Decreto de la Congregación para los Obispos del 15 de junio 1995.

“¿Por qué soy sacerdote? Tal vez influyera que nací enfrente de la iglesia de Santa María del Romeral -hoy concatedral- y mis primeros recuerdos se vinculan a la dimensión religiosa propia del antiguo Aspirantado y la Acción Católica. A los 15 años me fui al Seminario de Lérida como algo normal. En principio, quería ser cura y camionero, como mi padre. La decisión de ser sacerdote fue algo muy natural, así que seguí Teología en Zaragoza, dos años más tarde en Barcelona, licenciatura en Teología Dogmática, y me ordené sacerdote en 1984”.

Hasta 1995 realizó su labor en la diócesis de Lérida. “En los primeros nombramientos, estuve en Pueyo de Santa Cruz, Capella durante nueve años y por segregación de parroquias pasamos a la nueva diócesis de Barbastro-Monzón. En 1999, con permiso del obispo Ambrosio Echebarría (1974-1999), fui a Cuba donde estuve hasta 2008”. Su regreso, porque sus padres “tenían problemas de salud”.

En aquella etapa de tres años en Roda de Isábena aprovechó para sacarse la licenciatura en Derecho Canónico en Salamanca. “En realidad para mí fue el regreso a Ribagorza. En 2011 me nombraron párroco en Monzón donde estuve hasta 2016, y tras la muerte de mi madre regresé a Cuba y mi hermano se ocupó del padre. La segunda etapa ha durado hasta 2023 y hace poco me reencuentro, por tercera vez, con Ribagorza desde Campo”.

En cuanto a la elección misional, dice que “en realidad” fue Cuba quien le eligió, porque “tenía una perspectiva de visiones desde la Obra de Recuperación Hispano Americana, en el Seminario”, y la Diócesis de Lérida tenía mucho vínculo con Cali (Colombia) donde estuvo tres meses. “En vísperas de tomar la decisión misionera, me encontré con un amigo de Santander que venía de Cuba donde eran necesarios muchos sacerdotes”.

A mediados de los 90, “hubo una avalancha de gente dispuesta a ser cristiana, faltaban personas para preparar y sacerdotes, así que tomé la decisión de irme a la diócesis de Santa Clara. Aquella experiencia fue impresionante y me acostumbré a bautizar niños, jóvenes, adultos y personas mayores que fueron ateos durante la Revolución, cuando la religión fue algo nefasto, negativo, que había que extirpar. Se habla, entre 1990 y 2000 de un auténtico desbordamiento pastoral porque la Iglesia no podía atender tantas solicitudes”.

Respecto a ser cura y misionero en Cuba, cuenta que “ha mejorado, pero no hay libertad religiosa en el sentido estricto, sino libertad de culto. Dentro de la iglesia son posibles las celebraciones, sacramentos y acciones de grupo, pero la Iglesia no tiene capacidad de llevar a cabo obras sociales, ni tampoco tiene ningún tipo de presencia social. Se realiza labor de Cáritas, pero sin presencia a nivel oficial”.

Vivir con “serenidad” en el medio rural

A su regreso a la provincia, ha optado, de nuevo, por la labor pastoral en el medio rural, tras dos etapas anteriores en Ribagorza. “Después de problemas de salud lejos de casa, ser párroco en esta zona da mucho sosiego personal”. Dice que “se vive con serenidad para hacer una labor de presencia en las comunidades en pueblos pequeños. Hay poca gente, pero es importante la presencia, en este sentido, los animadores ayudan mucho para mantener la llama y el rescoldo por la falta de sacerdotes. Cada vez hay más conciencia en los laicos para colaborar en la misión”.

José Luis Pueyo vivió el proceso del litigio por los bienes. “Me cogió en Capella donde había bastantes piezas, unas más valiosas que otras, depositadas en el Museo de Lérida. En realidad, era una estancia, especie de almacén en el antiguo Seminario. El museo lo construyeron deprisa para meter todas las obras de parroquias aragonesas”.

En este sentido, cuenta que había piezas de Capella y “menos mal” que su antecesor, Salvador Capdevila, “dejó en el archivo una lista con todo lo entregado al obispo de Lérida para la protección, una medida normal en pueblos sin condiciones adecuadas para guardar bienes”.

“Es normal que ahora estén en el Museo Diocesano, custodiadas y con el mantenimiento adecuado”, concluye el párroco.