Cultura

LA ENTREVISTA

Antonio Romeo: “El Señor me ha ayudado a realizar todo lo que ha puesto en mi corazón”

El sacerdote nacido en Ayerbe relata su experiencia misionera hoy en la inauguración de la campaña de Manos Unidas en Huesca

Antonio Romero Morlans.
Antonio Romeo Morlans.
D. A.

“La misión siempre le ha atraído y los enfermos siempre le han interesado”. Antonio Romeo Morláns (Ayerbe, 1944) consiguió unir ambas vocaciones en una sola: ayudar a los más vulnerables, en su caso a los enfermos de lepra y a las personas con discapacidad, y hacerlo en el Refugio del Enfermo en Ambrositra, en el centro de Madagascar. Esta experiencia, la compartirá hoy con los oscenses en la inauguración, a las 19:00 horas en el Salón Azul del Casino, de la Campaña 64 de Manos Unidas en Huesca, que este año tiene como lema Frenar la desigualdad está en tus manos.

En las de Antonio Romeo estuvo el entregar su vida a los demás como misionero laico durante 32 años en Madagascar, “un país en el que le marcó “la vida de familia que se vive en la Iglesia, donde la casa parroquial es una casa de acogida”, y en la que las personas con las que ha convivido durante más de tres décadas “me han cambiado la vida”, poniendo por encima de todo “el valor del don de sí mismo, de la entrega y de la confianza en el Señor, además de la vida fraterna, el diálogo y el valor de la amistad”.

Esas han sido enseñanzas que Antonio Romeo fue acumulando en sus años en Madagascar y posteriormente en Chile, donde la llamada al sacerdocio se tradujo en su ordenación. Hoy, el padre Antonio reside en Huesca, a donde llegó en 2020. “Tuve una gran acogida por parte de don Julián” -se refiere a monseñor Ruiz Martorell-, y tras unos meses en Las Miguelas hoy está en la Basílica de San Lorenzo.

Hasta su vuelta a casa, la vida de Antonio Romeo ha sido un dar gracias “porque el Señor me ha ayudado a realizar todo lo que ha puesto en mi corazón”.

Descubrió las misiones de niño. “Era monaguillo y recorría las casas de Ayerbe vendiendo un calendario de las misiones”. El gusanillo infantil, lejos de diluirse fue creciendo. Trabajando en el Colegio Salesiano de Barcelona, escribió al Instituto Misionero de los Javieranos. Era 1963 y esa correspondencia fructificó durante un viaje en tren en el que coincidió con un javierano con el que compartió su deseo de ir a misiones, algo que pudo hacer a través del Instituto Secular de los Siervos de la Iglesia tras recibir una misiva en la que le proponían que se incorporara. Después de unos años en Roma y varias ciudades españolas, en 1972 su destino fue Antananarivo, capital de Madagascar. “Llegué a una parroquia como laico y a un país donde no sabes si te quieren”, pero empezó a trabajar, “a meterme en el ambiente de las visitas, en grupos de jóvenes y a participar en el consejo parroquial pastoral”.

Su misión cambió en 1976 al trasladarse a Refugio del Enfermo en Ambrositra, donde las personas con lepra o con discapacidad recibían cuidados y ayuda. Pero el quehacer de Antonio Romero consistía en visitarlos en sus casas, “en las que he comido y dormido”.

La labor de Manos Unidas la conoció personalmente en Ambrositra, donde en un terreno a 10 kilómetros del centro y donde tenían una granja, la aportación que les llegó desde esta oenegé de la Iglesia les permitió construir un centro de formación agrícola para medio centenar de personas.