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El barrio de Triana despide por sevillanas a María Jiménez

La diva protagonizó su “último paseo” como ella misma había dispuesto en vida

Sevillanas frente al ataud de María Jiménez.
Sevillanas frente al ataud de María Jiménez.
EFE

Los penachos negros de los cuatro caballos que tiraron ayer de la carroza con el féretro de María Jiménez fueron la única señal de luto de su funeral, celebrado ayer en la trianera iglesia de Santa Ana, donde el barrio la despidió por sevillanas, “como ella quería”, según afirmaban los trianeros y, sobre todo, las trianeras.

Un fandango, la salve rociera y otros cantes y toques de inequívoco aire flamenco jalonaron la misa de funeral de María Jiménez, cuyo parecido con cualquier otro funeral habrá sido coincidencia, mientras que una iglesia abarrotada de gente que desafiaba los rigores del bochorno sevillano recibió el féretro de la cantante con palmas por ritmo de sevillanas y gritos de “ole, ole, ole”.

Junto al altar, los familiares y allegados de la cantante habían dispuesto una fotografía suya de primer plano a todo color y una especie de estandarte que reproducía el dibujo de las plumas de un pavo real, todo lo cual fue precedido por una liturgia que los sevillanos conocen bien, la de la bulla y la expresividad, con las que acompañaron a la carroza fúnebre desde que a las once menos cuarto salió de la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Sevilla hasta que una hora y media después llegó al templo de Triana.

El féretro de la cantante, que murió el jueves a los 73 años, fue recibido en la iglesia de Santa Ana por cientos de personas, que también aguardaron el paso de la carroza por la calle Pureza, por el Puente de Triana y, antes, por el Paso de Colón y por el barrio del Arenal, tal y como ella había dejado dispuesto en vida.

Cientos de teléfonos móviles sujetados en alto para hacerse con la imagen de esta llegada siguieron igualmente activos en el interior del templo, hasta el punto de que el párroco, antes de iniciar el oficio religioso, pidió a los congregados: “Por el cariño a María, por el respeto a su familia, mantengamos lo que corresponde en este momento”, lo que no evitó que al menos tres individuos se internaran en el templo con pantalón corto y tocados con gorras deportivas.

“A Triana la ha llevado siempre en el alma”, aseguró el párroco, antes de recordar el elogio que las Sagradas Escrituras hacen del canto y de citar al cantautor Víctor Jara cuando dijo “si muere el cantor muere la vida”, pero advirtiendo que el chileno carecía de fe y que los que gozan de ese don saben que “María ha muerto para el mundo, pero ya goza de la primavera en el Cielo”.

Los hermanos Alpresa, muy amigos de María Jiménez, fueron quienes cantaron y tocaron por sevillanas, una soleá de Triana y hasta un fandango -”No le temo a la muerte, porque morir es natural, le temo más a la vida...- que se fueron intercalando en un oficio religioso al que asistió el alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, y amigas de la cantante como la tonadillera María José Santiago y la aristócrata Eugenia Martínez de Irujo.

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y la consejera andaluza de Educación, Patricia del Pozo, acudieron ayer por la mañana en el Ayuntamiento de Sevilla a la capilla ardiente, donde destacaron los valores artísticos y humanos de la fallecida, sobre todo su interés por los desfavorecidos y por la causa de las mujeres.