Cultura

Había y habrá una vez un circo… que sorprende a tres generaciones

Fofito, el último payaso de la tele, triunfa en Huesca con su espectáculo ‘Viva el circo’, que se puede ver tras el 7 de abril

Abuelos, hijos y nietos llenan cada tarde la carpa, situada en el recinto ferial de Huesca, de risas, recuerdos y nuevas experiencias en familia.
Abuelos, hijos y nietos llenan cada tarde la carpa, situada en el recinto ferial de Huesca, de risas, recuerdos y nuevas experiencias en familia.
Laura Ayerbe

“Había una vez un circo…”. Con las primeras notas antes incluso de pronunciar estas palabras, surge ya la emoción, las siguientes salen solas y empieza la función. Había y habrá, porque el espectáculo Viva el circo, con Fofito, el último payaso de la tele, demuestra el poder del buen arte para generar ilusión generación tras generación. Abuelos, hijos y nietos llenan cada tarde la carpa, situada en el recinto ferial de Huesca, de risas, recuerdos y nuevas experiencias en familia. Pero no es uno de esos espectáculos en los que los mayores disfrutan viendo la cara del niño, sino en los que vuelven a ser niños otra vez. Esa es su grandeza: “que alegraba siempre el corazón” (y alegrará). “Sin temer jamás ni al frío ni al calor”, el circo dará su función hasta el 7 de abril.

“¿Cómo están ustedes?”, aparece Fofito. Y un unánime “Bien” contagia la sala de una felicidad extrema que perdurará más allá de la función en la que equilibristas, malabaristas y acróbatas que desafían las leyes de la gravedad y los límites del cuerpo humano ofrecen números imposibles que hacen disfrutar y hasta sufrir, por unos instantes, al espectador.

Ese gran ‘Circus’ con su tipografía y sus bombillas clásicas abraza al público al adentrarse en la carpa, con sus colores rojo, azul y dorado, con los chalecos de los acomodadores, con el olor a las palomitas y… de pronto un escenario coqueto lo suficientemente pequeño para verlo todo de cerca y lo suficientemente grande para que los silencios en los momentos cumbre y los aplausos en los de éxtasis sean elocuentes. Pero sin analizar tanto, la primera reacción de muchos niños al entrar por primera vez fue: ‘oooh’, ‘halaaaa’...

Todo empieza con Fofito, con su inconfundible voz y esas canciones archiconocidas con las que atrapa al público para siempre y lo convierte en parte de la función. Con su larga camiseta roja, sus zapatones y su nariz característica, interpela con un ‘Hola don Pepito’ y provoca el ‘Hola don José’ como respuesta. Sigue con Susanita tiene un ratón o la Gallina turuleca, y quedan ganas de más.

Pero llega el gran Marco, con un gran ejercicio de equilibrios al más puro estilo clásico, tan contundente por su maestría que se desea volverlo a ver otra vez; y repetirá siendo capaz de montarse en la bicicleta más pequeña del mundo. Y el malabarista Mario con sus mazas plateadas que se van sumando a maniobras excitantes, que hipnotizan al público incapaz casi de contarlas: hasta 7. Entonces, aparece una especie de ángel que se funde en un baile con una barra vertical que pende del techo, por la que trepa y regala imágenes bellísimas.

El circo clásico vuelve a pasearse entre el público, a hacerlo partícipe de la manera más tradicional pero no menos efectiva, incluso hasta hacen subir a espectadores al escenario. No puede faltar el momento de agarrar el volante y conducir en el “auto de Papá”, incluso Fofito se atreve con el ‘Así planchaba así así...’ (eso sí, solo con el estribillo), aunque suene extemporáneo, porque el circo es el único lugar donde se puede llamar a alguien tonto o darle una bofetada gratuita y que provoque la risa, nada más. Pero desde ahí también contribuyen a la investigación del cáncer infantil con la recaudación por la compra del CD de las canciones, de la bolsa con la cara de Fofito y la foto familiar con el incombustible payaso.

Introducen novedosos números de luces, y entre tanto se suceden los equilibrios y las piruetas imposibles, donde se vuelve a sentir la esencia de las artes circenses, con movimientos precisos de cuerpos esculturales como resultado de horas y horas de entrenamiento diarias. Maravillan parejas de acróbatas que necesitan una gran concentración, que encuentran entre los silencios y los aplausos constantes de un público entregado a sus destrezas. Un total de 90 minutos de un ritmo trepidante cargados de color, ilusión, risas y aplausos, que entran a formar parte del recuerdo familiar. ¿Se puede repetir?