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Viento gélido y sensaciones agridulces en la última salida de Peña Guara

La borrasca obligó a cambiar de planes entre Linza y el Pico Petrechema

Cruzando un arroyo con los esquís al hombro.
Cruzando un arroyo con los esquís al hombro.
S. E.

El pasado domingo se celebró la tercera y última salida promocional de esquí de montaña para los participantes en el curso anual de Peña Guara. La llegada de la borrasca Juliette a punto estuvo de arruinar una salida que pareciera estar gafada de antemano.

Con el cupo completo las nevadas del sábado al domingo hicieron una buena criba ya antes de comenzar la salida. La carretera entre Ansó y el refugio de Linza descartó a los menos osados y a aquellos que no contaban con cadenas o ruedas de invierno. La ventisca a punto estuvo de desanimar al resto.

En el refugio de Linza (1.344m), tras sopesar opciones y ante una mínima tregua del aire, se decidió establecer una ruta alternativa a la circular habitual, que trataría de llegar hasta el Pico Petrechema (2.371 m), por el fondo del barranco del mismo nombre.

La salida por el barranco de Petrechema nos regaló una estampa que solo se puede disfrutar en estos días de borrasca, de viento impenitente y sol hereje. Un manto de nieve polvo arraigado entre el hayedo protector, con hipnóticas luces y sombras bailoteando al son del tímido sol filtrado y tamizado por el denso bosque.

Estampa que a algunos nos compensó el madrugón y el frío. Desde el fondo del barranco, salvamos la primera pala casi copiando el camino de verano, hiriendo a la pendiente con una profundísima cicatriz gracias al buen hacer de Marga abriendo huella cual eficiente quitanieves. Aunque tamaño esfuerzo no tuvo recompensa: al llegar a las Foyas del Ingeniero, y antes de comenzar la segunda pala para llegar al collado de Petrechema o Ansó (2.100m), todo el poder de la borrasca se embocaba hacia nosotros con tal furia que nos hizo desistir de seguir más allá.

Tomamos la pala oeste de retorno, esperando disfrutar del mismo polvo pisado en el bosque y en la subida… Esperanza vana, el aire había fabricado una costra helada sobre la que sobrevivir bajando, por no decir esquiar. Cada cual hizo lo mejor que pudo hacer hasta volver a la protección del bosque para esa vez sí, volver a disfrutar del resguardo y las preciosas imágenes de un hayedo nevado.

La prudencia (o la buena educación), nos llevaron a evitar volver a meternos en los dominios de los esquiadores de pista para no generar más conflictos, y eso fue otro error. Calzamos focas para subir hacia el camino de verano, y esquiar en lo posible hasta llegar al refugio sin tocar el circuito de fondo. Pero de nuevo, los vientos huracanados no dejaron más que otra costra innavegable que lesionó a una de las participantes. Se organizó su traslado con los medios que se han aprendido en los cursos, gracias a que ya estaba cerca del refugio, y cerramos el día huyendo de allí ante el aviso de que la carretera no iba a ser limpiada y estaba volviéndose a tapar con la nieve arrastrada desde las cimas de todo el valle.

En resumen, el esquí de montaña no sólo son días azules, esquiadas sobre nieve polvo, días de conquistar cimas y tomar un bocado mirando al valle bajo el mar de niebla… Hay días de improvisación, de resiliencia, de tomar decisiones acertadas o no, de limitarte a sobrevivir y sin embargo ser premiados con estampas imborrables… o lesiones inmerecidas.