Huesca

HISTORIA

Bien,... sí,... pero va en las procesiones

Doña Dora exclamó: ‘¡Me callo y me voy, en Huesca ya no quedan hombres’

Bien,... sí,... pero va en las procesiones
Bien,... sí,... pero va en las procesiones
R.G.

A raíz de la instauración de la dictadura de don Miguel Primo de Rivera en el año 1923, emergió entre la más florida sociedad oscense la figura de Manuel Banzo Echenique, joven y prometedor abogado que se involucró en la política del Alto Aragón como organizador de la Unión Patriótica. Su actividad intelectual fue muy prolífica, publicando influyentes artículos en periódicos de Huesca y Zaragoza; dramaturgo de mérito, escribió varias novelas y estrenó en el Teatro Principal algunos pasos de corte costumbrista.

Elegante poeta, ganador y mantenedor de Juegos Florales, barítono destacado del Orfeón Oscense, pero sobre todo, era un miembro destacado de Acción Católica y de las Conferencias de San Vicente de Paul. Tantas eran las cualidades que adornaban la intachable efigie de Manolo Banzo y tantos los éxitos sociales que la enaltecían, que pronto surgieron los celos entre sus compañeros de estas piadosas organizaciones católicas, quienes no dudaron en ir al padre provincial de los jesuitas con terribles calumnias, afirmando que Manolo había sido visto con compañías poco recomendables.

El Padre Provincial negaba una y otra vez estos interesados chismes, pues en caso de aceptarlos se hubiera visto obligado a expulsar de inmediato: "al más digno bastión cristiano de las Conferencias". El Provincial, abrumado por la contumacia de los taimados acusadores, decidió cortar por lo sano con esta jesuítica sentencia: "Bien… sí… pero va en la procesiones". Ir en las procesiones en Huesca no siempre fue tarea fácil. En la época de la II República, sus partidarios más anticlericales sometieron a las procesiones y en general toda la actividad religiosa a un terrible hostigamiento.

Así, no dudaban en situarse en la puerta de la Compañía a insultar a las beatas que entraban a la Hora Santa. Una vez dentro de la iglesia, desde el púlpito los reverendos padres jesuitas denunciaban la triste situación de los católicos lanzando horribles diatribas, que si bien estaban claramente dirigidas a los vociferantes infieles de la calle, la realidad es que caían sobre la faz de las piadosas devotas allí reunidas. Así que una de estas almas se plantó y le dijo a sus compañeras de fatigas: "Mirad, chiquetas, fuera en la puerta los republicanos nos ponen de putas pa arriba y dentro los curas también nos ponen de putas pa arriba. Pues por lo mismo me quedo en casa".

En 1895, el obispo Onaindía restauró el Rosario de la Aurora en Huesca, estableciendo su nueva sede en la Iglesia de San Lorenzo. El Rosario salía de buena mañana y procesionaba por las calles de la ciudad durante su rezo. Los tiempos convulsos, donde la extremada religiosidad de los unos chocaba con el carácter revolucionario y anticlerical de los otros, la peculiar hora de su celebración, pues salía prácticamente en noche cerrada, la escasa iluminación de las calles, fueron un excelente caldo de cultivo para incidentes, peleas y sabrosas anécdotas. Baste decir que en su primera edición la procesión ya fue apedreada a su paso por el Coso.

Todos estos ataques sólo conseguían enardecer a los fieles y aumentar día a día el número de asistentes, quienes, todo hay que decirlo, tampoco solían seguir la máxima evangélica de poner la otra mejilla. Mosén Demetrio Segura, que gustaba de amerar el vino con agua de Litines, comentaba la curiosa epidemia de reuma que solía aquejar a los devotos, que les obligaba a asistir a las procesiones pertrechados de garrotas, bastones y robustas chancas. Más de una vez se recogió el Rosario en la iglesia de San Lorenzo casi a oscuras, pues los faroles que abrían la comitiva, enarbolados por los fornidos hermanos Campaña, llegaban destrozados por el circunstancial contacto durante la carrera con alguna irrespetuosa calavera. En el 31, proclamada la Republica, el Rosario se recluyó dentro de la Iglesia.

A partir del 18 de Julio de 1936 y durante toda la Guerra, el Rosario retomó la calle, encabezado por don Antonio Vilas, desafiando, estandarte en mano, los pertinaces bombardeos que asolaban a la asediada ciudad. Doña Dora Abad, mujer de recia figura y gran temperamento, dirigía el canto con su voz varonil, y no se escondía a la hora de lanzar puyas más o menos malintencionadas. Así cuando pasaba por el barrio de los hortelanos cantaba:

Labrador perezoso,

vístete aprisa,

que después del rosario

sale la misa.

Mi padre, un jovenzuelo en aquella época, le propuso en justa compensación que cuando pasara por los Porches cantara eso de:

El rosario l´Aurora

es pa los pobres, que no tienen pan,

mientras los ricos están en la cama

tocándose el haba de fartos que están.

No lo vio prudente doña Dora y se disculpó: "Mira hijo, es que no me cabe la letra en la música". Según cuenta mi padre, dentro del Rosario también había sus disensiones. Los jesuitas, con muy poco tacto, habían retirado la imagen de San Vicente, copatrono de la ciudad, que presidía el altar de la Compañía y la subieron a la parte alta del retablo, al mismo tiempo que, en la Iglesia de San Lorenzo, se desmontaba el retablo de San Orencio, padre de nuestro santo patrón, para colocarlo en una capilla de menor fuste cercana a la puerta. Estos desmanes, perpetrados contra tan significados santos locales, colmaron la paciencia de los católicos oscenses. Doña Dora, alzándose como improvisada portavoz de esta pía indignación, a la entrada del Rosario en la iglesia, rompió a cantar sin ningún miramiento:

A San Vicente bendito

lo suben al trastero

y al bueno de San Orencio

lo ponen de portero.

Don Antonio Vilas dejó el estandarte y se lanzó contra doña Dora, intentado taparle la boca con sus manos. Doña Dora, más grande y fuerte que el frágil Vilas, se zafó fácilmente de él a golpes y manotazos, y dirigiéndose a la puerta con los puños cerrados exclamó: "¡Me callo y me voy, porque en Huesca ya no quedan hombres!".