Huesca

OJO AVIZOR

Una joya de la ciudad de Huesca, los 150 años pletóricos de Ultramarinos La Confianza

La familia Villacampa-Sanvicente refuerza la vocación de servicio heredada de sus predecesores y ha convertido la tienda más antigua del mundo en un lugar amable para unos clientes sin fronteras

Ultramarinos La Confianza
Ultramarinos La Confianza
Rafael Gobantes

PARA SER HUMILDE se necesita grandeza. El argentino Ernesto Sábato disfrutaría en Ultramarinos La Confianza. Con certeza, no sólo puede presumir -que no lo hace, al menos en el sentido petulante del término- de ser la tienda más antigua de Europa, quizás del mundo. También ha sido objeto de reportajes periodísticos por medio planeta ensalzando la íntima y serena belleza de un comercio seductor que, en la sencillez del polvo, ha sabido descubrir una verdad con mayúsculas para vivir y servir, para profundizar en el auténtico sentido de la relación humana. Rezuma La Confianza autenticidad de Huesca. Es el carácter de la ciudad que ama el arte, que protege sus productos genuinos, que respira la literatura de López Allué o las crónicas de don Federico, en un entorno en el que siempre han convivido las modestas mercerías, carnicerías, textiles o zapaterías con los jesuitas, la policía o los hosteleros. Un universo en sí mismo. En este edificio, el primero que se alzó en la plaza cuando Luis López Allué apenas frisaba los diez años, abrió don Hilario Vallier el Comercio que respondía a su apellido. El gusto neoclásico impregnaba no pocos establecimientos de la época, y la oportunidad estaba en artistas como León Abadías Santolaria, profesor del Instituto de Enseñanza Secundaria. Bajo los frescos que pintara León Abadías, sostener una conversación con María Jesús y Bibí Sanvicente, y Susana y Víctor Villacampa Sanvicente, es como dejarse recorrer por los libros del señor Mufflin de Chistopher Morley, en días de amor, humor y barcos que nos llevan por las ilusiones. El escenario -nada mejor para denominarlo con una familia excelentemente dotada para el teatro- es idílico. En las estanterías, especias, legumbres, dulces, vinos y licores, quesos, conservas, frutos secos y uno de los reyes de la casa, el bacalao que nada hasta la guillotina que estrenó, precisamente, Hilario Vallier. En este pequeño país de las maravillas, a la entrada los enormes tarros de caramelos y golosinas que nos retrotraen a nuestra infancia.

Ultramarinos La Confianza,
Víctor y María Jesús en la bodega de La Confianza.
Rafael Gobantes

El relato es a ocho manos, comenzando por la descripción “museística” de Susana del techo de León Abadías, “muy academicista”, con Mercurio, el mensajero de los dioses en una de los rosetones, dos serpientes con alas, un bodegón, el símbolo del progreso que era el tren Barcelona-Mataró con el túnel de esta última localidad, sendos bodegones y escudos de Gran Bretaña y Rusia. Siglo y medio después, el relato de Ultramarinos La Confianza es fascinante. Si Vallier y su viuda que le sucedió en el negocio despachaban mercería, sedería, quincalla, productos de importación, cafés y chocolates, los segundos propietarios fueron tan deslumbrantes que casi dejan ciegos a los oscenses. Llegáronse hasta la ciudad tres señores “con acento catalán, valenciano y mallorquín”, al decir de Diario de Huesca, a finales de 1907. Rebosaron los escaparates de tantas maravillas que pronto el titular, Tomás García Valls, abrió con sus dos compinches sucursales en Sabiñánigo y Monzón. Un pequeño detalle truncó la evolución, y es que el “trío calavera” se esfumó con impagados por miles de duros y La Estrella -como se denominó esos cuatro meses- “se eclipsó”. 

Un probo comerciante de la plaza, Fulgencio Peláez, se hizo en 1908 con la tienda, y seguramente por influencia de su anterior establecimiento, lo denominó Ultramarinos La Confianza. Con él trabajó Francisco Urroz, que aparece en una fotografía con Fulgencio, de quien fue aprendiz y prosperó hasta regir el negocio de 1931 a 1949. Ahí, después de la guerra, la titularidad pasó a manos de Víctor Sanvicente, comerciante que duplicara sus servicios en Bentué y Rasal, su origen, mientras su mujer, Carmen, cuidaba de sus cuatro niñas, María Jesús, Ana María, María Carmen y Bibí (María Victoria en la realidad). Víctor, aseguran María Jesús y Bibí, era excepcional, con un don de gentes único, espectacular. Uno de esos talentos hoy perdidos para el piropo, arte requerido de ingenio y sensibilidad. Dejó también algunos de los usos que han alcanzado nuestros días, como el caramelo de cortesía que no falta. Una de las mejores herencias que recibieron de Víctor Sanvicente y de su madre Carmen, asegura, es “la sensación cierta de que la familia somos como un equipo, que nos queremos hasta el infinito. Las cuatro hijas, los maridos de las hijas, los hijos y los hijos de nuestros hijos. Todo eso se lo debemos a papá. Tal es así, que incluso la parte “política”, yernos y nueras, nietas y nietos, se identifican con la coletilla “de La Confianza”. Cuando tenía 14 años y María Jesús estaba en el colegio de Santa Ana, su padre se presentó en el centro y le dijo que le tenía que ayudar. “Me gustaba estudiar y quería hacer la reválida y Magisterio. La condición fue que compatibilizara la tienda y los estudios. Aprobé e incluso hice un año de prácticas en Tarrasa”.

"La tienda, una universidad

María Jesús -reconocida como Mujer Europea por la Cámara de París- reconoce, hoy, que siempre le “ha gustado aprender y servir. Pero es que la tienda "es una universidad". Entonces, lo hice por responsabilidad. Nunca me he arrepentido”. Fue tan grande su afán que incluso se matriculó en Derecho por la UNED de Barbastro. En 1970, se casó con Antonio Villacampa, que conocía perfectamente el sector porque había trabajado con su familia en la distribución. En La Confianza todos se ponen manos a la obra. Antonio inició en los años 80 los trabajos para uno de los espacios hoy totalmente identificativos de los Ultramarinos, la bodega. Tocaba remangarse, porque el sótano estaba inundado por las aguas de los pozos freáticos que pasan por esa altura de la ciudad. “Empezamos lentamente a desescombrar Antonio, nuestro hijo Víctor y yo”. El trabajo fue extraordinariamente cuidadoso. Tal era la entrega que María Jesús, socia del Peñas de Baloncesto, tenía que escuchar los partidos a través de la radio. “No me arrepiento para nada. ¡Era poco feliz yo...!”.

Ultramarinos La Confianza
Panorámica interior de la tienda.
Rafael Gobantes

Antonio, una persona con una creatividad fuera de lo común que ha inculcado a sus hijos Víctor y Susana, tenía una enorme afición a los belenes (firmó exposiciones importantes de la Asociación belenista). Con una habilidad bien cultivada, realizó el ingenio del Segador que hoy acompaña a los invitados a las presentaciones de productos o a los comensales que van a disfrutar de la buena gastronomía. Previamente, lo había expuesto en el escaparate para solaz de los viandantes. Los posteriores caballito de feria, trenes y otras piezas animadas llevan ya la firma de Víctor. Bibí refrenda: “En nuestra familia hemos sido siempre muy dados al arte. Mi madre recitaba de memoria obras de teatro y poesías. Hacíamos teatro, siempre hemos sido muy alegres”.

La bodega hoy es un escenario de celebraciones familiares y de amigos, de presentaciones de productores altoaragoneses, de eventos profesionales y de acontecimientos socioculturales de la ciudad y la provincia, como del Festival de Cine, la Feria del Libro. Calidad de producto, elaboraciones tradicionales.

Reconocen los cuatro que se sienten como un clan, una verdadera piña a la que une el amor familiar y también la vocación de servicio. En toda la conversación, no fluyen palabras paralizantes. No existe el deber ni la obligación, sí la vocación y el amor a estar detrás del mostrador. Su éxito, desde luego, nada tiene que ver con rendimientos económicos ni cuentas de resultados.

Si hubiera que identificarlos con una actividad, ésta sería la provisión de felicidad y de placer. La familia Villacampa-Sanvicente no entiende de horarios ni de festivos. Están todo el día y, de recibir alguna llamada en horas intempestivas -dentro de un orden, claro-, ahí están al quite de cualquier necesidad. “Nos va la marcha -dice Bibí-. Si falta un cubito de sopa, lo llevamos. Recuerdo cuando íbamos al colegio, salíamos y nuestro padre nos decía que lleváramos un pedido. Ni lo cobrábamos, porque entonces todo se pagaba con cartillas”. Conocida es la amplitud de servicio en San Lorenzo, en Semana Santa y otras fechas especiales en las que el turismo demanda la máxima disponibilidad. Sus escaparates son el símbolo de su compromiso, pletóricos de alegre carácter oscense. 

La última incorporación ha sido el negocio aledaño, La Trastienda de La Confianza, un establecimiento hostelero donde en tiempos hubo una mercería, una carnicería y una zapatería.

Ultramarinos La Confianza
María Jesús Sanvicente, Víctor y Susana Villacampa, y Bibí Sanvicente.
Rafael Gobantes

Espacios con encanto... también personalizados para ellos

Susana, licenciada en la Historia del Arte, y Víctor, que estudió Arte Dramático, están plenamente embebidos del espíritu familiar. Muy activos en buenas causas, con dotes para la interpretación y para la música (Víctor tuvo su grupo propio), se han educado en el cariño a La Confianza.

Cada uno tiene su rincón favorito dentro del establecimiento. María Jesús se agarra a la guillotina de bacalao de 1871, sobre la que todavía reposan las huellas de la historia de Hilario Vallier. “Cada vez que cojo esta máquina, me viene la fuerza de las manos de mis padres y de mi marido. Y eso me anima aún más a seguir siempre”. A Bibí le han fascinado siempre las estanterías. “Todo nos recuerda a nuestro padre, que era el alma de La Confianza y era muy perfeccionista. Quería todo perfectamente alineado”. Susana admira el conjunto de espejos que revelan multitud de detalles, “dan una visión diferente a la tienda, como el que pone Comercio de Vallier”. Y la bodega queda en manos, en gran medida, de la autoría de Víctor, firmante de los ingenios, de la ambientación, de la gastronomía y de las soluciones que ofrecen a los organizadores de eventos.

Para celebrar 150 años de Ultramarinos La Confianza, que tendrá su propio libro, se precisan habilidades, aptitudes y actitudes. “Tratamos al cliente con cariño, tenemos mucha psicología e intuición. Cuando entra por la tienda, nos damos cuenta de su estado de ánimo, si está triste o exultante. Algunos vienen a contarnos sus problemas. Somos una especie de confesionario. Y esto nos da más felicidad”.