Huesca

Josan Montull Torguet

“Solo nos descubrimos a nosotros mismos cuando somos queridos”

Desde la Casa Salesiana ha desarrollado una labor de ayuda a jóvenes en situaciones muy vulnerables

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Josan Montull Torguet.
PABLO SEGURA

Josan Montull Torguet (San Esteban de Litera, 1959) buscó y encontró la felicidad en la Casa Salesiana, donde ejerce su labor siendo desde el primer momento el cura que siempre quiso ser.

Su padre era practicante en San Esteban de Litera y ejercía de comadrón, pero no se atrevió a hacerlo con su esposa y Josan Montull nació en una clínica de Barbastro. Vivió hasta los 15 años en esa localidad literana, que dejó para trasladarse a Huesca, donde estudió Magisterio. Durante dos cursos tuvo “la bendición” de vivir con la Comunidad Salesiana en la Residencia de Niños, que acogía a pequeños huérfanos o que habían tenido que salir del ambiente familiar. Ahí nació su vocación. “Dios nos anima a ser felices y yo descubrí que aquellos dos años de mi vida habían sido los más felices”, comparte, por lo que entró en el noviciado de Salesianos como “un proyecto de felicidad con los chicos más desafortunados”.

Hizo el noviciado en Tarrasa y estudió dos ejercicios de Filosofía en Barcelona, para regresar a Huesca en 1982, donde fundó una institución que continúa dirigiendo, el Club de Amigos y Centro Juvenil Salesianos. Tras dos años, fue a Monzón, donde hizo la profesión perpetua; con 27 años tomó la opción de “ser salesiano para toda la vida”. Al cabo de otros dos años acudió a Barcelona a estudiar Teología. “Tuve la extraordinaria suerte de hacerlo a la vez que trabajaba con chicos y chicas en ambientes de droga y delincuencia”, así “tenía que hacer una síntesis un poco singular porque por la mañana estudiaba los misterios de la fe, de la homilía... y por la tarde estaba con chicos complicados en una situación muy difícil”. Aquello “me marcó profundamente e intuí el cura que quería ser, porque aquellos chicos, que me pudiera acercar a ellos y les pudiera entender y querer, me enseñaban a ser cura”, reconoce.

En 1990 se ordenó sacerdote en Huesca y lo hizo el obispo Javier Osés, con quien Montull tenía una gran relación. “Cuando vivía situaciones de incomprensión por algunas personas de la iglesia (apostaban por que hiciera una labor más explícitamente evangelizadora), hablaba mucho con Javier Osés, que me entendía y me decía que siguiera adelante, que lo que hacía era muy sacerdotal”. Para Josan Montull, “no hay diferencia en la vida de Jesús entre lo que es religioso y lo que es profano, todo es de Dios cuando se hace desde la profunda humanidad. Esos chicos me enseñaron a vivirla”, agradece.

Sus seis primeros años de sacerdote los vivió en Sant Vicenç dels Horts, a 12 kilómetros de Barcelona, un barrio muy humilde donde siguió apostando por el combate contra la droga y por el apoyo a los chavales desafortunados. En el tiempo que estuvo hubo momentos de angustia, “pero también de una gran satisfacción y felicidad. Yo era uno de los suyos, no me sentía un cura que va a predicar; les daba clases y les acompañaba en la vida”, resume.

Un alumno, Tomás, le pidió que oficiara el funeral por su hermano, que había muerto en un ajuste de cuentas recién salido de la cárcel. Recuerda que se preparó la homilía y que le estaba saliendo todo bien cuando levantó los ojos y vio el dolor de esa pequeña familia y no pudo reprimir las lágrimas. A partir de ahí fue un desastre, acabó como pudo y se sentía fatal. “A los días vino Tomás y me dijo: “Me dice mi familia que muchas gracias porque no hiciste la misa con el libro sino con el corazón”. Aquello me ayudó mucho porque vivía las cosas con el corazón”. También con “una profunda esperanza, porque muchos salían adelante, y con una conciencia de injusticia por el desigual reparto de la riqueza”, agrega.

De vuelta a Huesca en 1996 para hacerse cargo del cuidado de sus padres, asumió la dirección de la Casa Salesiana y fue párroco de María Auxiliadora. “Fueron años extraordinarios, viví una experiencia de Iglesia con jóvenes excelente, sintiéndome compañero y ayudado por muchísimos chicos y chicas”.

Su única mala experiencia fue en Lérida, en el centro de menores de los Salesianos. Se enfrentó a la Generalitat por la falta de medios para combatir el importante problema de drogas que existía. Tras tres meses, volvió a ser enviado a Monzón donde pasó “diez años maravillosos”. Puso en marcha con Nines Alegre el grupo de teatro Rebullizio, que llegó a congregar a 70 chicos y había fines de semana que hacían tres representaciones por los pueblos. Al mismo tiempo, estudió la licenciatura de Teología Fundamentalista e hizo sus tesis sobre Dios en el cine, un arte que siempre le ha fascinado y que le ha ayudado “a descubrir al ser humano, la trascendencia de la vida, a Dios, porque por el cine desfilan las pasiones del ser humano”, dice. También le gusta escribir y lo hace en diversos medios y en su blog, donde vuelca críticas de cine y reflexiones sobre la actualidad.

Ahora lleva siete años en Huesca dirigiendo la Casa Salesiana y el Club de Amigos al que tanto tiempo ha dedicado. “Tenía claro que debía incluir una opción muy clara por el tema pastoral, ofrecerles la posibilidad de acercarse a la trascendencia, a hablar de sus problemas, su futuro, sus inquietudes, de sí mismos”, comenta, y dice orgulloso que hay “más de cien niños que están en esos grupos de itinerancia de educación en la fe” y más de 300 socios del club.

Su camino vuelve ahora a Monzón, donde estará parte de su tiempo como enlace de la Casa Salesiana, pero seguirá viviendo en Huesca. Y no cejará en su apuesta total por los jóvenes y continuará caminando con ellos. Don Bosco decía que “nos tenemos que hacer querer. Si te haces querer, el que te quiere te ayuda a ser lo que tú eres. Solo nos descubrimos a nosotros mismos cuando somos queridos”, traslada.