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Chesús Vázquez Obrador: “Quería que mi familia no sintiese vergüenza de hablar en aragonés”

El filólogo y profesor afincado en Huesca repasa su trayectoria vital y su dedicación a la lengua aragonesa

Chesús Vázquez.
Chesús Vázquez.
Pablo Segura

CHESÚS VÁZQUEZ Obrador define su relación con las lenguas como una “de amor, evidentemente. Me gustan y me apasionan todas las lenguas en general. Es una relación de aprecio y de valoración y en el caso de aragonés, de defensa de esas lenguas que están y han sido machacadas a lo largo de la historia”, responde firmemente.

Vázquez es filólogo nacido en Zaragoza en 1952. En el 76 se trasladó a Huesca para iniciar sus estudios universitarios. “He pasado más años en Huesca que los que pasé en Zaragoza”, apunta para explicar su asentada relación con la capital oscense donde está establecido, junto a su familia, y ejerce como profesor de Lengua Castellana, en la facultad de Ciencias Humanas y de la Educación, en el Campus de Huesca de la Universidad de Zaragoza. También ha enseñado Lengua Aragonesa por Biescas y en Sallent de Gállego.

“La gente de mi entorno me decía que eso era hablar mal”

Justo hasta ahí, a Sallent de Gállego, que es de dónde procede su familia materna, hay que viajar para encontrar el origen de su interés por el aragonés. “Esto viene de familia. Cuando tenía 5 o 6 años, pasábamos los veranos en casa de unos tíos abuelos. Yo oía palabras y expresiones, e incluso alguna frase larga, que no entendía muy bien, pero que se me quedaron grabadas”, cuenta.

Durante el bachillerato, escuchó cómo la gente de su entorno le decía que eso era hablar mal, que se trataba de un castellano antiguo que se había quedado solo en las montañas, que no era una forma correcta. Y no fue hasta que empezó a estudiar la carrera, que gracias a un profesor, Tomas Buesa, “que también era especialista en aragonés, fue cuando me enteré de que ni estaba mal dicho ni era castellano antiguo, si no que era una lengua distinta, la lengua de nuestros antepasados, y ahí empezó todo”.

“Me apasionan las lenguas. Es una relación de amor”

Descubierto el aragonés como idioma -dice que la palabra “dialecto” está ya superada “dado que tenemos una ley de lenguas”-, todo su empeño inicial se centró en que sus familiares “no sintieran vergüenza de utilizar esas palabras, porque tenían vergüenza”. Y emprendió una labor en su entorno más cercano para “animarles a hablar”, porque estaba bien dicho, “aunque en aquella época -entorno a los primeros setentas- era un poco difícil cambiarles la idea que tenían metida en la cabeza”, recuerda.

La lengua, configuradora de identidades

Sobre si el aprendizade de un idioma configura la identidad de las personas hablantes, Vázquez señala hacia “el carácter reservado de los montañeses, las condiciones metereológicas de la montaña eran tremendas y se tenía un poco de complejo respecto de las personas que veníamos de la ciudad”.

“El idioma es riqueza cultural como lo es una iglesia románica”

Un cierto complejo que sumado con el desprecio que se arrojaba sobre la lengua que hablaban no ayudaba al cambio en esa forma de ser, que Vázquez veía en su entorno más próximo, de forma que pudiesen llegar a sentir “verdadero orgullo” de su idioma, porque el idioma “es una riqueza cultural, como lo es una ermita románica”.

Dignificar el idioma

De ese empeño también surgió su apuesta por reivindicar, junto a Francho Nagore, profesor del Campus de Huesca con el mismo interés, que los estudios superiores dieran un hueco a la lengua aragonesa. ¿Por qué era importante? Pues porque, de alguna forma, ese reconocimiento de parte del ámbito intelectual repercutía en el sentimiento de orgullo de las personas hablantes. Un paso clave para “dignificar el aragonés”, pues “las personas solo se fijaban en que quienes hablaban aragonés eran convencinos suyos que no tenían un gran nivel cultural”, señala. “Fue muy importante que desde los círculos universitarios se diera esa visión positiva hacia la defensa, el estudio, la investigación y la docencia del aragonés”, puntualiza.

“Fue importante que la Universidad diera una visión positiva”

Vázquez está a un año de jubilarse. De todo este tiempo que ha pasado buceando en la linguística, desempeñándose en la docencia e involucrándse en la reivindicación de la conservación del idioma propio, concluye que “probablemente” lo que haya aprendido es “a ser mejor persona”, y también a “tener una mayor empatía, a saber ponerme en la piel de los alumnos, que son muy jóvenes. La relación con los jóvenes trae cosas muy positivas y mi relación con el alumnado en estos 46 años (que van para 47) ha sido muy buena”, señala.

Confiesa que aún no tiene ningún plan para la jubilación. “Al quedarme un año, no me he hecho todavía a la idea”. Pero en el fondo sí visualiza ese futuro, “en el que tendré aún más tiempo para seguir dedicándome a la investigación sobre historia del aragonés que es mi pasión”.

Y avisa: “Tengo un montón de protocolos de notarios del siglo XIV y XV para transcribir y publicar, tengo pendiente un libro de la toponimia de Sallent de Gállego... iré acabando todo eso”.