Huesca

FERIA TAURINA

Duelo de tauromaquias con triunfo populista ante una encastada corrida de El Pilar

El enfrentamiento entre dos conceptos se salda con con puertas grandes para Roca Rey y Cayetano y el mejor toreo de la feria de Ginés Marín

Como en las Bodas de Caná, lo mejor quedó para el final en ese milagro de transformar la fiereza en efímera belleza que es el toreo. Ginés Marín, un señor torero, dejó para cierre del ciclo laurentino los muletazos de mejor sabor de toda la feria: un sublime inicio de faena llevando al toro con suave dominio hasta los medios tras un doblón un un trincherazo de bello trazo y la mejor tanda de naturales (la única tal vez), templada y ligada. Un pase largo y prolongado por el pitón izquierdo resumió la capacidad de este torero que en el duelo de dos tauromaquias hubo de marcharse caminando mientras el toreo populista de Roca Rey salía por la puerta grande con otro torero a favor de público: Cayetano.

Al contento general de los tendidos contribuyó el excelente comportamiento de la corrida de El Pilar, encastada y noble; magnífica en la muleta aunque remisa en el primer tercio. Ese fue su mayor mérito: comenzar manseando y llegar transformada al percal de los diestros en unas máquinas de embestir y repetir. Y aguantar en general severas varas mal ejecutadas, alevosas en algunos casos, que no permitieron determinar si además se trataba de una corrida con bravura. Cómo vendría de casta que la única res puesta en suerte con ortodoxia, la tercera de la tarde de Ginés Marín, desmontó de la cabalgadura al varilarguero. El pero que ensombrece el sexteto de El Pilar fue la presentación: desigual, con una alarmante e impresentable cortedad de pitones y tres primeros bureles anovillados; con los toros segundo y tercero terciados y justísimos de trapío.

Que la tauromaquia fundamental viniera ayer escrita con la caligrafía fina y reposada de Ginés Marín no resta mérito a la capacidad enorme de Roca Rey; otro gran torero, un diestro que hipnotiza a sus toros con su portentosa competencia pero que dilapida su rico capital en un toreo que levanta más pasiones y reporta más puertas grandes, con el ventajismo de hacer las cosas fuera de cacho, con el pico y entregando su valor a pisar la jurisdicción del toro a veces con gratuidad, sin el sentido del toreo esencial de dominio con los pases necesarios en un intercambio de lugares por los terrenos donde es necesaria una mayor hondura y una más profunda verdad.

El errático juicio de la presidencia reportó también puerta grande para Cayetano, que tuvo el mejor lote de una gran corrida de toros y que lo dilapidó porque no supo si estar en una tauromaquia o en otra. Con ligereza del usía se llevó dos trofeos a su segundo, un palco que negó la segunda a Roca Rey con mayor mérito.

Ginés Marín sumó uno y uno, ganados ambos de ley, especialmente, como queda descrito en el que cerró feria, al que despachó de un fulminante estoconazo. Dibujó su faena de delicado trazo por ambos pitones ante media plaza desentendida y acabó emborronándola yendo a buscar el trofeo con la complicidad del sol no sin antes haber firmado la mejor obra de la feria. Y eso que en algunos casos quedó afeada por enganchones de alguna embestida destemplada de un buen toro cuya casta a veces parecía no responder a unas fuerzas que se iban apagando.

En el primero (tercero de la tarde) anduvo Ginés Marín primoroso por el pitón derecho, con sitio, distancia y mando, aunque dejó sin catar el toreo al natural. Regaló dos derechazos para contener la respiración y gritar olé. Mató de una estocada casi entera y efectiva.

Roca Rey ofrece una disposición fuera de toda duda. Arrastra espectadores y responde con una responsabilidad incuestionable. Es tan grande su suficiencia que deja demasiadas veces una sensación de tarea hecha a medias, un quebranto de ánimo al pensar lo que podría haber sido. Ante dos buenas reses, el abuso del toreo al hilo del pitón acabó sumando tandas y tandas por ambas manos como si el dominio de la res hubiera de llegar no por obligarla sino por agotarla, que no es lo mismo. En el toreo, menos y más profundo es mejor que más y por más tiempo.

A su primero, Roca Rey lo despachó de un estoconazo y se llevó dos orejas; y a su segundo, lo mató con una estocada de peor colocación que alargó la muerte de la res y llevó al diestro a aplaudirla en un gesto carente de sentido pero que llegó al público y que dice todo de la capacidad del peruano de magnetizar a los tendidos.

Y así, el reto de tauromaquias del festejo postrero dejó una tarde de sabor y calor taurino esta vez, para redimir una feria que había transcurrido en una desasosegante monotonía.