Huesca

OJO AVIZOR

Tormos, un pequeño universo en medio de la nada

La Cultural fue el coqueto local de ocio de los trabajadores del embalse

Pablo Vallés explica la historia de La Cultural durante una visita
Pablo Vallés explica la historia de La Cultural durante una visita
Iván Antolín Fotografía

La Cultural, así se llamaba y se llama la casona del núcleo de Tormos que sirvió de lugar de ocio, diversión y de encuentro con la cultura para los cientos de trabajadores que participaron en la construcción del embalse de La Sotonera durante varias décadas del pasado siglo. La Cultural no llamaría la atención si se hubiese abierto en mitad del algabaría y bullicio de una gran ciudad. Lo llamativo es que este local, con cierto aire cosmopolita y bohemio, que “estuvo al nivel del Plata de Zaragoza” y que cobijó una “importantísima” biblioteca hasta la Guerra Civil, se levantara en la colonia que fue Tormos, en medio de un paisaje cuando menos solitario, alejado de grandes urbes y fuera de cualquier ruta que no fuera la que llevaba al mismo pueblo.

Se inauguró en 1928 (el mismo año en que la imponente estación internacional de Canfranc se puso en marcha) y estuvo abierta hasta finales la década de los 80 del pasado siglo.

 

Su historia, paralela a la “faraónica” construcción del embalse de La Sotonera, atrapa y cautiva. Y es que entrar en La Cultural es retroceder en el tiempo. Con poco esfuerzo, la imaginación hace que el visitante vea y escuche a los actores y músicos que llevaron la diversión y la cultura a un lugar donde confluyeron gentes llegadas de diversos puntos de España, cuyo único nexo de unión, al menos inicialmente, fue la construcción del embalse.

Y tampoco cuesta imaginarlas bailando, todos los domingos, al son de la música de la época, tomando una copa o un café, charlando o jugando a las cartas. Fue su lugar de alterne, su espacio de escape a las horas, días, semanas, meses y años de trabajo para levantar una gran presa, que estaba entre las cinco más grandes del mundo en su momento.

 

Como si se hubiera cerrado ayer mismo, allí siguen alineadas sus mesas rectangulares con sus cuatro sillas de madera alrededor, el vistoso decorado de su escenario, sus lámparas, su bar y el color azul de su techo.

Propiedad de la Confederación Hidrográfica del Ebro, en marzo de este año se reabrió para que los vecinos de Alcalá de Gurrea (municipio al que pertenece Tormos) celebraran allí las fiestas de San José. Y en noviembre y diciembre, el Ayuntamiento está llevando a cabo un programa de visitas de la mano de Pablo Vallés, un gran conocedor de los entresijos del embalse de La Sotonera, pero sobre todo un apasionado naturalista que ha aceptado el reto de “enseñar” La Cultural y los espectaculares atardeceres de La Sotonera, y narrar a quienes se han acercados los sábados a Tormos un trozo de la historia de esta colonia, en la que ya solo viven una veintena de vecinos.

Pablo califica de “faraónica” la construcción de la presa del embalse de La Sotonera, de 4 kilómetros de longitud, hecha con arcillas y gravas, con máquinas a vapor hasta que el Estado traspasó las obras a una empresa que introdujo máquinas diésel, y con una “técnica desconocida en la época” a nivel mundial. “Cuando se finalizó, se consideró la presa, de este estilo, más grande de Europa”, asegura.

La Sotonera se construyó al amparo de Ley del 7 de enero 1915, que impulsó la creación del sistema de Riegos del Alto Aragón para extender los regadíos a 300.000 hectáreas. La manera de captar trabajadores fue crear un pueblo “en la nada” con todos los servicios básicos como casas, huertos, pocilgas, lavadero, albergues para trabajadores temporales, tiendas, talleres y huertos y otros “extra” como La Cultural, campo de fútbol y piscina. Todo un pequeño universo en medio la nada.