Huesca

CENTENARIO

Gonzalo Otín: “Con todo, he sobrevivido a todos los avatares”

Nacido en Aineto y residente en Huesca ha cumplido este miércoles 100 años de vida rodeado de su familia

El tercero de la primera fila, Gonzalo Otín, disfruta de su 100 cumpleaños junto a sus familiares
El tercero de la primera fila, Gonzalo Otín, disfruta de su 100 cumpleaños junto a sus familiares
S.E.

Para Gonzalo Otín (Aineto, 1924) la vida ha sido un camino lleno de dificultades marcados por el dolor y la penuria que provocaron la Guerra Civil y la posguerra, y por otro lado, por su etapa laboral en el extranjero, donde recuerda uno de sus momentos más felices. 

Este miércoles ha celebrado su cien cumpleaños rodeado de su familia - primos y sobrinos- en uno de sus restaurantes favoritos de Huesca, ciudad donde reside desde hace años. “Con todo, he sobrevivido a todos los avatares”, afirma orgulloso. Uno de sus sobrinos, Nacho Escartín, destaca su entrega por lo demás, su amabilidad y su cercanía con la familia. Y es que según reconoce el mismo Gonzalo, “desde pequeños nos inculcaron a ser amantes de la familia, siempre nos hemos llevado muy bien y nos hemos ayudado mucho mutuamente”.

Gonzalo es el más joven de sus tres hermanos varones, aunque le siguen por detrás sus dos hermanas. En total, son seis, tres varones y tres mujeres, todos ellos ya fallecidos. Nació en Aineto (Sabiñánigo) pero no fue hasta 1947 cuando se mudó junto a su familia a la capital altoaragonesa. Entre tanto, vivió en distintos puntos de la provincia en una época “negra” marcada por la penuria de la Guerra Civil. “Éramos muy pequeños, no nos enterábamos demasiado pero fue una época muy mala”, recuerda. De Aineto, se mudaron temporalmente a Banaguás, donde residía la familia de su madre. Aquí cayó enfermo y estuvo en cama dos meses, donde asegura que estuvo “al borde de la muerte”. Sanó y fue entonces cuando se fueron a vivir a Panticosa y más tarde a Sallent de Gállego. Con tan sólo 13 añitos volvía a emprender otro viaje, esta vez a Villanúa, “pero caminando por la sierra, por Formigal, Canal Roya, Canfranc…”, relata. Cuando finalmente regresaron al pueblo (Aineto), “la casa estaba vacía, no quedaba nada. Ni animales, ni cultivos ni mantas ni vajilla. Tuvimos que trabajar mucho para empezar de cero”. Son el trabajo y la perseverancia los valores que desde entonces han marcado toda su vida. 

Ha tenido muchos oficios, desde pintor, hasta obrero, oficinista o mecánico y ha vivido en ciudades como Barcelona o Madrid pero sin duda, una de sus etapas más felices fueron en Suiza y en Alemania, donde trabajó algunos años. Con el dinero ahorrado en el extranjero pudo comprar su primer piso en Huesca, cuenta orgulloso. Ya en la capital altoaragonesa se dedicó al campo hasta su jubilación.

A sus cien años dice que sufre algunos achaques, en la vista y en el oído, pero al mismo tiempo puede decir gozoso que es autosuficiente en su día a día. Cuenta que uno de sus sobrinos mayores le anima a recopilar todos sus avatares en un libro. Una idea que le convence a medias pero que dejaría a las generaciones venideras el legado de un hombre que ha luchado contra las dificultades y ha vivido “amando” a su familia.