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La historia del dragón... Y también un hechicero y las cruzadas

La Leyenda Dorada recoge los primeros mitos cristianos que tienen como protagonistas las hazañas del patrón aragonés

Imagen de San Jorge en la ermita de Huesca.
Imagen de San Jorge en la ermita de Huesca.
D. A./Pablo Segura

DE TODOS es conocida la imagen de San Jorge a caballo, lanza en ristre, acabando con la vida de un dragón para salvar a una princesa. Pero, ¿dónde sucedió, según la tradición, esa leyenda?, ¿quién era esa princesa?, ¿dónde murió el dragón?, ¿fue la única hazaña del patrón de Aragón junto a su intervención en la batalla de Alcoraz, en Huesca?, ¿tuvo un martirio como otros santos?.

Según recoge de varias fuentes el dominico Santiago de la Vorágine, arzobispo de Génova, en su La Leyenda Dorada -un compendio sobre la vida de cerca de 200 santos y mártires cristianos de mediados del siglo XIII- San Jorge fue originariamente un tribuno oriundo de Capadocia, situando la acción con el dragón en Silca, en la provincia de Libia.

“Cerca de la población había un lago tan grande que parecía un mar; en dicho lago se ocultaba un dragón de tal fiereza y tan descomunal tamaño que tenía amedrentadas a las gentes de la comarca (…)”, relata De la Vorágine, según la traducción del latín de Fray José Macías (Alianza Editorial, 1999). Una bestia de la que se resalta que era “sumamente pestífera” y cuyo hedor “llegaba hasta los muros de la ciudad”. Los ciudadanos trataban de apaciguarle entregándole ovejas para que las devorara, pero cuando el ganado comenzó a escasear, se le entregaron también personas que se elegían por sorteo.

La suerte

Así hasta que la suerte recayó en la hija del rey, quien estaba dispuesto a entregar todas sus riquezas a cambio de la vida de la joven, a lo que los ciudadanos se negaron. Cuando se encaminaba a cumplir su destino, se encontró con el santo, a quien relató su desdicha. “¡Hija, no tengas miedo! En el nombre de Cristo yo te ayudaré”, resolvió el guerrero, quien en un primer enfrentamiento hirió al dragón sin darle muerte y se lo entregó a la joven atado a un ceñidor y haciendo que le siguiera hasta la ciudad como “un perrillo faldero”.

Cuando San Jorge consiguió que los ciudadanos se convirtieran -”Veinte mil hombres se bautizaron en aquella ocasión”, dice la narración- dio definitivamente muerte a la bestia. El rey, agradecido, hizo construir una iglesia dedicada a Santa María y el propio San Jorge de donde manaba agua milagrosa.

La Leyenda Dorada sitúa además a San Jorge en la época de los emperadores Diocleciano y Maximiano, hacia el año 287 de la era cristiana. San Jorge, dejando atrás su carrera política y militar se convirtió entonces en predicador, enfrentándose al gobernador Daciano durante las cruentas persecuciones a los cristianos. Al no conseguir que renunciara a su fe, fue torturado y confortado por Dios por la noche. Como no surtieron efecto los tormentos, le fue enviado un hechicero que trató de asesinarle con venenos que al santo no le hacían daño alguno y que acabó por convertirse también.

Después se le ató a una rueda que giraba en una órbita llena de espadas de doble filo de la que también salió ileso, por lo que se mandó “que frieran al santo en una descomunal sartén llena de plomo derretido”. Tampoco resultó, así que Daciano decidió halagarle para se convirtiera a los dioses paganos. San Jorge accedió, aunque con ironía. Llegado el momento de la ceremonia, el patrón de Aragón rogó a Dios que destruyera aquel templo y sus imágenes. La propia mujer de Daciano fue ejecutada al convertirse al cristianismo tras escuchar a San Jorge y este fue condenado a morir decapitado. “El santo, antes de morir, rogó al señor que se dignara conceder a cuantos le pidieran algo por mediación suya lo que solicitasen (…)”, recoge De la Vorágine.

La Leyenda Dorada cita además otro suceso recogido por San Gregorio de Tours, en el que unos peregrinos que llevaban consigo reliquias del santo se albergaron en un oratorio y a la mañana siguiente, la arqueta donde las portaban pesaba tanto que no pudieron continuar su viaje y las dejaron en el lugar.

De la Vorágine cita además la Historia de Antioquía, donde San Jorge se aparece a los soldados cristianos que van a tomar Jerusalén y que se ofrece a capitanear sus tropas si llevaban con ellos las reliquias de su cuerpo.

En el asalto, San Jorge les animó a escalar las murallas sin miedo. Algo que hizo “vestido de blanco, perfectamente armado y enarbolando a modo de estandarte una cruz roja”.