Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Un tributo sentido y coherente a las víctimas

El 11-M representa el más terrible recuerdo de nuestra historia reciente. No existe persona en España que no rememore aquella terrible situación de dolor, desgarro y tristeza en un ambiente oscuro, tétrico. Los españoles teníamos a nuestras espaldas suficientes heridas emocionales como para soportar los embates del terrorismo, tras décadas de brutalidad etarra, si bien la cicatrización es imposible cuando, día tras día, nos cruzamos con las víctimas que ha dejado como un reguero una de las más abyectas actividades criminales. ETA había asestado golpes salvajes, algunas muy cercanas geográficamente a nosotros, todas próximas por la obligada empatía con los afectados. Un país debe acompañamiento y resarcimiento a los asesinados, heridos o extorsionados por organizaciones delictivas y sus familias, presas de la barbarie discriminatoria o indiscriminada, terrible en un caso, horrible en el otro.

La magnitud de la masacre del 11 de marzo de 2004 ha motivado que se le haya dedicado la consideración europea de Día de las Víctimas del Terrorismo, fecha en la que debemos un tributo sentido y coherente por justicia y por memoria. Un homenaje por la dignidad de los damnificados y por la dignidad de la sociedad, porque demanda la máxima integridad moral para ofrecer a los allegados respaldo y contraprestaciones, porque nada se puede entregar en la construcción de la convivencia más sagrado que la vida que es el primero de los derechos humanos. Y es, de paso, la expresión del compromiso ineludible de todos los ciudadanos de bien en la lucha global contra el odio y la destrucción de los enemigos de la democracia y del derecho, de quienes abominan de la libertad y del progreso. Por las 192 más todas las que antes o después fueron sacrificadas, una oración si se desea e irremisiblemente una firmeza sellada unánimemente.