Opinión
Por
  • MARIANO RAMÓN

Vida saludable

A principios del siglo pasado la edad de las personas a la hora de su fallecimiento difícilmente superaba a la que se produce en nuestros días. A los sesenta años de edad se consideraban ancianas a las personas y cuando alguien la sobrepasaba se decía de él que era más viejo que Matusalén, el patriarca bíblico que vivió casi mil años. A día de hoy no son raras las personas nonagenarias, siendo frecuentes los casos de mayores centenarios.

Como tantas veces se ha señalado, la longevidad es consecuencia en buena medida de los hábitos adquiridos a través de la alimentación, del confort doméstico, de la higiene y de los avances en las ciencias médicas.

Desde el momento que se nace se sabe también que se perece, pues nadie queda en este mundo siquiera para simiente, pero también se sabe que nuestra existencia depende del propio rigor y de la manera que nuestros hábitos lo mantienen.

Nuestro cuerpo es parecido a un reloj que se fragiliza al paso que cuenta los días. Una cuenta que nos involuciona hacia la infancia (ausencia de memoria, pérdida dentaria, balbuceo oral, torpeza en el caminar, relajación involuntaria de los esfínteres, etcétera) haciéndonos niños en cuerpos de adultos.

Todo esto hace pertinente regresar a los hábitos infantiles y sobre todo en lo concerniente a la alimentación, dejando atrás las carnes y grasas animales en favor del consumo de lácteos y dietas blandas, cereales, legumbres y verduras, frutas y frutos secos (nueces, cacahuetes...) y aceites vegetales, distribuyendo la ingesta diaria en cinco comidas llevadas a cabo con puntualidad y sobriedad castrense.

Otrosí cabe dormir diez horas diarias incluida una breve siesta de sillón o sofá tras la comida del mediodía y acostándose a la anochecida, como las gallinas.

Y ya en otro orden y si se desea disfrutar de una vida saludable es menester mantener a raya las tentaciones de avaricia, de envidia y de gula así como desterrar las antipatías personales.