Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Pacto por la Convivencia

Partamos de un concepto incontrovertible: toda expresión de xenofobia representa el final de un proceso de empobrecimiento intelectual y de incapacidad de procesar los requerimientos de la realidad. La diversidad representa una auténtica bendición, en términos metafóricos, que disfrutamos las generaciones actuales y que fue negada, por la propia secuencia de la historia, a las precedentes. Y, sin embargo, las manifestaciones de tamaña estulticia están presentes y es más, incluso llegan a escenarios de debates en los que nunca debieran irrumpir.

El Pacto por la Convivencia suscrito por los siete partidos presentes en las Cortes de Aragón está impregnado de virtudes. La primera, la capacidad que demuestran las fuerzas del arco parlamentario de congregar sus voluntades en torno a un problema que no es baladí dentro de nuestra sociedad, y que exige la aplicación de todos los recursos posibles comenzando por una educación que, en su mejor desempeño, debe ser la mejor garantía de su erradicación futura. La segunda, la identificación de una prioridad, como es la de no someter la oratoria en las elecciones a las tensiones y las tentaciones de un espacio donde el odio engendra reacciones indeseadas. No implica, por supuesto, que en el caso de que brote un incidente, un accidente o un crimen de carácter xenófobo o racista, no haya que acudir prestos a la denuncia y a la ejecución de las medidas precisas para su represión. Pero, habida cuenta que el compromiso frente a la discriminación y a la violencia no puede ser siquiera discutido, conviene guiar todas las circunstancias de este tipo por la vía de la normalidad y de la unidad sin fisuras. En la tolerancia, el respeto, la libertad y la ley está la respuesta y el mejor antídoto. Y hay que predicarlos y practicarlos.