Opinión
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La única alegría que nos ha dado Josu Ternera

Por más que algún personaje desconcertante pretenda blanquear algún aspecto de la vida de José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, el etarra nos dio involuntariamente ayer una alegría enorme a los españoles de bien, que somos casi todos dentro de nuestra diversidad. Para ser exactos, la única. El terrorista no ha sembrado a lo largo de su existencia sino destrucción y mentira, la primera en su actividad criminal, la segunda en sus pretendidas acciones como interlocutor con gobiernos para el cese de las armas unilateralmente empleadas por ETA en su horrible trayectoria con más de ochocientas víctimas mortales, miles de extorsionados y millones de ciudadanos amedrentados por su indiscriminada y salvaje ejecutoria. Pensar que, además, Ternera ha sido uno de los históricos jefes de la banda explica la euforia generalizada –que no universal, por cuanto los restos incluso se sientan en las instituciones- por la operación de la Guardia Civil y los cuerpos franceses.

La huida en 2002 de Josu Ternera representó un escarnio muy doloroso para la estructura institucional de España, precedido por la incomprensible –para el sentido común cívico- presencia en el Parlamento Vasco y en su Comisión de Derechos Humanos, él que segó el principal de tantas personas, el de la vida. Ahora, con su estado de salud presuntamente delicado mediante, habrá de responder ante la Justicia por la masacre en el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza (esos 11 fallecidos, 6 de ellos niños), por el caso de las herriko tabernas, por el asesinato de un jefe de Michelin y por delitos de lesa humanidad. Horrores atribuidos directamente, porque de forma inducida es el responsable real de una parte sustantiva de la criminalidad etarra. Llegada esta situación, el Estado de Derecho ha de ser inflexible. Por las víctimas y por la ética.

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