Opinión
Por
  • RAMÓN PÉREZ LUCENA

La lista más votada

Llevo ya algunos años enviando este texto a algún medio de comunicación, a los amigos... pues cada proceso electoral se habla y se habla del "derecho" de la lista más votada.

Pero parece como si todos olvidaran que la regla por la que deliberadamente se optó al establecer nuestro sistema electoral no es que gobierne la lista más votada, sino el candidato electo que resulte más votado en una sesión de investidura. Así, son los diputados los que invisten al presidente y los concejales los que invisten al alcalde. Esto no fue un capricho, sino una opción expresa de entre varias posibles. Defender ahora que sea la lista más votada la que gobierne sería algo así como propugnar que el trofeo de la liga se entregue al equipo que más goles ha marcado, y no el que más puntos ha obtenido. Los goles marcados son un dato interesante, pero la regla definidora del vencedor es otra. Se puede cambiar, por supuesto, pero nunca a mitad de partida.

Los acuerdos entre grupos para designar al alcalde tienen mala prensa. Se suele pensar mal. Pero no es sólo que los pactos postelectorales sean "legales": es que son, en sí mismos, legítimos, e incluso, en la mayoría de las ocasiones, la mejor manera de reflejar la auténtica voluntad popular. Así será, en los casos en que el partido de apoyo se encuentre ideológicamente muy alejado del partido más votado, de tal modo que sea razonable suponer que los ciudadanos que votaron al minoritario reclamarían a sus representantes que no apoyasen al de la lista más votada. También es cierto que puede ser reflejo de un deseo de "centrar políticas" y que excepcionalmente, en los casos en que un partido ha gobernado con mayoría absoluta durante muchos años y la pierde, el resto pudieran unirse para forzar un saludable cambio de ocupantes de las instituciones: a veces las pinzas pueden ser la expresión de una voluntad de cambio.

Un sistema que se considera justo podría ser el de elecciones en segunda vuelta "a la francesa": los dos candidatos más votados pasan a una segunda vuelta en la que todos se pronuncian sobre a cuál de los dos quieren como alcalde o presidente. En escenarios autonómicos complicados como tantos hoy, sería clarificador.

La regla de la lista más votada no es más democrática ni más limpia que la posibilidad de pactos entre fuerzas políticas capaces de conformar una mayoría. Los pactos son política, son complejidad, son equilibrios y contrapesos, y no simple cambalache. Y su coherencia acaba siendo juzgada por los ciudadanos en la siguiente convocatoria electoral, y ahí está la garantía frente a los pactos insólitos. Si el pacto no está fundamentado en contenidos y sólo persigue un reparto del poder, si no han permitido un buen gobierno sino que han supuesto una gestión descuartizada de las diferentes áreas de la política, la oposición puede ir frotándose las manos, porque lo normal será que en la siguiente convocatoria alcance una mayoría absoluta. Si, en cambio, son pactos con contenido entre fuerzas llamadas a entenderse, entonces la oposición, aunque haya sido la lista más votada, tiene motivos para preocuparse, porque es más importante no ser rechazado por más de la mitad de los electores que ser la lista más votada. Razón por la que no siempre es rentable la estrategia de agotar los propios caladeros electorales calentando a la afición, y conviene más bien proponer políticas capaces de suscitar pactos y consensos. De poco sirve el entusiasmo de una mayoría relativa si provoca el rechazo de una mayoría absoluta.