Opinión
Por
  • MARIANO RAMÓN

Subida de tensión

Una intensa subida de tensión en la electricidad que suministra mi domicilio me dejó sin frigorífico, lavadora, cocina y horno digital, caldera (calefacción), lámparas, televisión, teléfono y sin bombillas. Sucedió en la madrugada del pasado quince, festividad de san Isidro, el santo patrón de los agricultores y de los labradores de antaño. La reparación de tamaños desperfectos ha necesitado de una semana pues algunas de las piezas averiadas hubo que importarlas de la capital maña. Póngase el lector en mi lugar y sobretodo el más mayor y comprenderá la cantidad de adrenalina que hube de secretar para sobrellevar la situación. Las adrenales se me han encogido como una esponja estrujada. Los nefastos efectos de la tensión eléctrica me transportaron a los primero años del siglo anterior cuando se guisaba con leña y carbón, la carne se conservaba en fresqueras y adobada en cazuelas de barro, la ropa se lavaba a mano, el agua se calentaba en ollas y pucheros, se alumbraba con candiles y quinqués, no había televisión sino rudimentarios aparatos de radio y de galena, la cama se calentaba mediante tumbillas o bolsas de goma y botellas llenas de agua caliente y las viviendas con estufas y braseros, y el vino se enfriaba en un pozal con hielo. El apagón eléctrico me prestó tiempo para la lectura, si bien, mis carencias visuales me impidieron aprovechar a tope esta oportunidad. Por eso aproveché buena parte de mi forzoso ocio a pensar sobre las cosas del presente y del pasado y también sobre el porvenir que aguarda a quienes vienen detrás de nosotros, un porvenir que a veces lo adivinaba envidiable y otras no y en especial si alguna vez pudiera darse un apagón de algo tan utilizado como es internet o el regreso a las cavernas después de una subida de la tensión atómica. ¡Qué horror! Dios no lo quiera y ojalá que la sensatez haga mella en los políticos que en el futuro gobiernen los pueblos.