Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

Pablo Iglesias

Recuerdo perfectamente el comienzo de la anterior legislatura europea, en el verano de 2014. Un tal Pablo Iglesias llegó a Estrasburgo con su coleta y sus andares heterodoxos, y con una áurea casi sobrenatural. Después de aquellas protestas en la Puerta del Sol que resplandecían como una hoguera en medio de una Europa en crisis, todo el mundo le miraba como si fuera una especie de mesías, como el timonel de una nueva visión salvífica de la política. Bueno, sobre todo le miraban así desde la izquierda. Hubo socialistas que en cuestión de horas se sintieron tan abrumados por la sola presencia imponente de Iglesias en el Parlamento Europeo que empezaron a pensar que era solamente cuestión de tiempo que lo que entonces era "Podemos" se tragaría al PSOE de un bocado. La izquierda radical, sobre todo nórdicos y franceses, le propuso como candidato a la presidencia del Parlamento Europeo, un hecho inédito para un recién llegado a la política real y a Europa. El movimiento populista italiano "5 Estrellas" le pedía de rodillas una entrevista, pero Iglesias solo tenía ojos para el griego Alexis Tsipras, a quien consideraba su aliado natural. En fin, su proyección política se prometía meteórica. Es posible que aquella impresión la percibiera él con tanta intensidad que pensó que hiciera lo que hiciera, estaba destinado a triunfar.

Mírenlo ahora. Su inspiración venezolana es tan dolorosa de contemplar que no se le ocurriría volver a decir –como sostenía entonces- que Hugo Chávez fue el mejor gobernante del siglo. Su prestigio ha volado en pedazos con su inexplicable decisión de comprar un chalet con piscina en un barrio burgués de las afueras de Madrid y el partido pierde fuerza elección tras elección. Ahora es él quien se arrodilla pidiendo una entrevista con el líder del PSOE. Es curioso recordar cómo entonces muchos decían (decíamos) que si los socialistas intentaban imitar a Podemos, entonces lo reforzarían porque la gente prefiere siempre el original a las imitaciones. Tal vez Iván Redondo haya sido el único que ha entendido que podía hacer que parezca que era Podemos el que imitaba al PSOE y revertir el proceso.

Pablo Iglesias ha hecho mucho daño a la política española. Sobre todo a los que creyeron de buena fe en lo que decía y en que lo decía por el bien de todos. Lo peor que hizo ha sido legitimar la ruptura con el sistema democrático de la transición, que es el que nos ha dado el periodo más brillante próspero y libre de toda nuestra historia. Su idea de dinamitar todo para empezar desde cero ha sido la aportación más perniciosa que se ha hecho a la política española en los últimos 40 años. Viendo lo que ha pasado en el último lustro, aquel "bipartidismo" que tantos denigraron siguiendo los vientos de Podemos, nos parece ahora una fórmula balsámica de estabilidad y equilibrio.

Es probable que a este paso Podemos se acabe convirtiendo en una especie de residuo sentimental en el Congreso de los Diputados. Y no hace falta ser adivino para imaginar que tal como va todo, Iglesias acabará siendo descabalgado del poder. Debí darme cuenta cuando durante una visita del rey Felipe VI al Parlamento Europeo rompió el protocolo para entregarle un paquete de devedés con la serie completa de "Juego de Tronos". Yo no he visto nunca ni un capítulo, pero si entonces hubiera sabido de qué trataba ya me habría dado cuenta de que ese detalle revela que Iglesias no hubiera podido dar la talla para la misión histórica que él estaba convencido que tenía que cumplir. Ni siquiera me parece que sería un buen crítico de televisión.