Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Onomástica con ovación -casi- unánime

Probablemente pudiéramos caer en la tentación de medir la grandeza de un homenaje cuando la naturaleza de los enemigos es tan baja, prácticamente tirando a ruin. Pero, en el caso del quinto aniversario de Felipe VI como rey de España, es más conveniente y constructivo recalcar la magnanimidad del personaje a través de la cualidad de quienes le rinden tributo. En la víspera, fueron los expresidentes González, Aznar, Zapatero y Rajoy quienes exhibieron la pluralidad de los orígenes del reconocimiento al monarca, lo que explica a su vez la transversalidad en los efectos de cada una de las acciones de Felipe VI en este lustro. Y ayer hubo una ovación -casi, entiéndanse aquí quienes prefiere la destrucción y la división a la edificación de la España constitucional- unánime, junto a un agasajo desde la propia Casa Real a decenas de personas y personalidades de distintos ámbitos destacados por sus servicios a la comunidad.

Felipe VI tomó un testigo que acarreaba un altísimo nivel de exigencia. No en vano, su padre, Juan Carlos I, dejó el listón de beneficios al país tan elevado que mejorarlo era complicado. Y hoy podemos asegurar que la comparación es innecesaria, porque cada uno ha marcado su estilo y ha respondido a los retos y oportunidades con tanta firmeza como lealtad a España. Al actual titular de Zarzuela, ya le ha correspondido contestar a desafíos contra la unidad y la constitucionalidad, y sus actuaciones y reacciones han sido memorables. Con su perfil moderno, su gran preparación y un talante inmejorable, es además la garantía de que las respuestas al nuevo entorno global y local serán las oportunas, incluso más allá del estricto cumplimiento del deber. Felicidades, majestad, felicidades a un pueblo cuya jefatura de Estado está en las mejores manos.