Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Reabrir el Canfranc

Recurrente y nominalmente el Canfranc ha estado en las agendas de las cumbres hispanofrancesas, quién sabe si por convicción, por insistencia o por una cierta mala conciencia de quienes han dejado durante décadas fenecer una vía de comunicación que tuvo en sus orígenes y desarrollo el enorme valor de haber horadado una cordillera tan compleja de franquear como el Pirineo. Era la sensación de que, después de una gran conquista, lo menos que se podía hacer es planificar la reconstrucción para volver a hacerla funcionar, aunque sin el entusiasmo que constata de verdad la mejor de sus expresiones: la voluntad cifrada en los presupuestos.

En ese clima de relativa resignación, se estaba renunciando a mucho más que traviesas y elementos ferroviarios, mucho más que trenes, maquinistas y conductores. Se apreciaba una indisimulada desgana hacia el corazón de una infraestructura de estas características: la comunión y los intercambios entre personas, organizaciones, empresas y regiones. Y esa sí es una negligencia inaceptable, una somnolencia propia de pueblos sin criterio ni identidad.

Afortunadamente, las coordinadoras a uno y otro lado de la frontera han ejercicio la misión de sostener el recuerdo y la aspiración, de ejercer de antídotos de la apatía, de exigir a todos los partidos que se retrataran cada año y permanentemente. Tal y como ayer indicó el consejero Soro, ahora se aprecia en lontananza una nueva realidad para el Canfranc, que llegará al buen puerto de la conexión entre los pueblos y los territorios con un lugar para descansar y celebrar gracias a la reactivación de ese símbolo que es la Estación Internacional. Y, sin embargo, el porvenir no se puede reenganchar sin más al corte de 1970, porque hoy la exigencia competitiva es superior. Por ahí va la demanda.

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