Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

Gallos violadores

Gallos violadores
Gallos violadores

La última majadería que he visto es esa que exhibe un grupo de militantes animalistas que dicen que se dedican a proteger a las gallinas de los gallos a los que consideran como peligrosos violadores. Es algo tan estúpido que no merece ni ser analizado: la naturaleza misma tiene previsto que en este caso esas gallinas y sus estigmatizados gallos morirán sin reproducirse y ese grupo de obsesos indocumentados se quedará sin objeto de sus desvelos. Tal vez podrían ir entonces a la sabana africana a intentar aplicar esta misma imbecilidad persuadiendo a los leones para que se abstengan de maltratar sexualmente a las leonas, a ver si les hacen caso. Es muy malo que haya gente que quiere más a los animales que a las personas y a este paso no tardarán en exigir que los que monten a caballo también lleven luego un rato al jumento a lomos, para ser igualitarios. Hay gente que tiene este tipo de ideas totalitarias y que igual les da aplicarlas a la comida, a los animales o a lo que sea. Ese mundo de dibujos animados en el que los ciervos o los leones tienen sentimientos y comportamientos humanos ha hecho estragos en los cerebros de muchos niños, ahora adultos supuestamente autónomos. La mezcla de estos dos factores -el totalitarismo y la ficción animalista- es catastrófica y solo ha sido posible en estos tiempos de información multidireccional. Hace treinta años los habrían encerrado en el manicomio. Ahora están creando una sensibilidad no solo equivocada sino extremadamente dañina para la humanidad.

Decir que hay que defender a la naturaleza es innecesario. Está bien hacer todo lo posible por no llenar de basura el mundo, por no contaminar o por mantener espacios protegidos. Pero en realidad la naturaleza tiene sus propias reglas de vida y de muerte. Los volcanes, los terremotos o los huracanes (se habrán dado cuenta que cito cosas que no se pueden atribuir a la teoría del cambio climático, para no entrar en otro jardín) también forman parte de la naturaleza y por mucho que busquen no encontrarán un botón para que las cosas se calmen y funcionen como en las películas de Walt Disney. Pero los de mentalidad totalitaria se empeñan en imponer un escenario de buenos y malos, de acciones angelicales y benéficas y de prácticas que hay que abolir y, sobre todo, castigar. Se equivocan en todo.

Con los animales tenemos diversas simbiosis que han sido perfectamente diseñadas a lo largo de miles de años de progreso evolutivo. Los rumiantes, por ejemplo, son capaces de digerir vegetales que nosotros no podemos comer, y los convierten en carne que nos sirve para obtener las proteínas que necesitamos. Es cierto que para ello los tenemos que sacrificar, pero también eso es lo que hacen con nosotros las bacterias que se alimentarán de nuestros restos y que abonarán la hierba que volverá a alimentar a las siguientes generaciones de rumiantes. La muerte, la de los animales que comemos y la nuestra propia, forma parte de la cadena evolutiva, que es la esencia de la Naturaleza con mayúscula. Es lo más natural que existe. Lo que no es natural son esas estupideces animalistas que corren por ahí.