Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Una urgente y seria reflexión del diálogo social

Cuando una de las partes de una acción cooperativa reclama atención al entender que se están produciendo desajustes, la mayor irresponsabilidad es mirar hacia otro lado, desdeñar la postura quejosa e ignorar que, para que todo funcione, se precisa un engranaje armónico capaz de propulsar la actividad. El desempleo ha registrado en agosto un mal dato que se suma al indicador negativo de la afiliación a la Seguridad Social, y resulta profundamente inconveniente ampararse en algún ejercicio peor, como también lo es pretender un alarmismo paralizante exagerando la negatividad de los guarismos. A los síntomas inquietantes del interior y el exterior de nuestro país, se suma la gravedad de la parálisis institucional que repercute contrariamente al mercado de trabajo, tanto por la limitación del gasto público en obras y otros servicios como por la carencia de estímulos a la iniciativa privada para lanzar la maquinaria de generación de riqueza y de empleo.

Por más que nos empeñemos, todavía no hay más que indicios de la afección de medidas gubernamentales como el incremento del salario mínimo o el registro horario laboral. Pero no se puede negar que se ha instalado en una porción considerable del tejido empresarial una sensación inquietante que no es el preludio de nada nuevo, porque, si un país necesita la confianza de todos los ciudadanos, la precisa con mayor intensidad de quienes crean y firman los contrarios. Hay signos ineludibles de desaceleración, preocupación por factores externos y, consecuentemente, los agentes del diálogo social deben retirarse al rincón de pensar no para lamerse las heridas, tampoco para rehusar la visión realista, sino para adoptar las directrices para que el todavía sano crecimiento económico no pierda su vigor. El estado de bienestar pasa por la buena fe en la compleja construcción del mercado de trabajo.