Opinión
Por
  • Mariano Ramón

Pico de oro

A un hombre tenido por sabio y émulo de Pedro Saputo le preguntaron si conocía algo más difícil que hallar la aguja perdida en un pajar y al pronto contestó afirmativamente diciendo que un corro de mujeres sin hablar. La locuacidad no es que sea de por sí patrimonio femenino, pero sí lo es el deseo de comunicarse con sus prójimas. Para el hombre si eso de mantener la boca cerrada es prevenirse de la entrada de moscas, pero no así para el "desustanciao". Se dice que Demóstenes era tartamudo y que cuando había de perorar se llevaba un guijarro a la boca para contrarrestar su tartamudez. Si se hubiera de establecer un ranking de charradores y ya desaparecido León Salvador, el charlatán vendedor de crecepelos y de peines para calvos, no cabe la menor duda de que el primer puesto lo ocuparía algún político de esos que ante un micrófono no para de darle a la sinhueso reiterando manidos tópicos. Cierto es que de vez en cuando surge entre los oficiantes de la palabra algún "pico de oro" como aquel sacerdote que se lo rifaban para que aireara las virtudes del santo patrón en la fiesta mayor de los pueblos. O aquel otro que cautivaba la emoción de los oyentes afirmando con voz trinante que Dios no existe según, añadía, dicen los no creyentes. Por la boca se calienta el horno y por la boca muere el pez son expresiones comunes alusivas a los antiguos hornos de leña de pan de cocer y la necesidad de comer y con la discreción y la pesca con anzuelo. Mujeres oradoras las ha habido en todo tiempo y las hay lo mismo que hay escritoras y entre ellas cabe destacar a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, lideresa comunista, quien tras la guerra civil y a través de Radio España Independiente, la "pirenaica", emisora sintonizada para conocer las noticias del "otro lado", y las amenazas puntuales del "maquis", se podían escuchar sus encendidas soflamas.